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Entrevista:ÁNGELA VALLVEY | Poeta y novelista | NUEVOS TALENTOS

'FUI UNA NIÑA QUE TENÍA MIEDO DE CAERSE AL CIELO'

Podría contarnos su vida en 25 líneas, por favor?

-Fui una niña que tenía miedo de caerse al cielo. Lo dije en un poema y es verdad. Era una niña dubitativa. Pero con mucha empatía. Y una adolescente bastante salvaje. Nada de sexo, drogas y rock and roll. Sólo pensamientos desatados, un poco esquizofrénicos y psicópatas, como todos los adolescentes. Me casé joven, por primera vez, y mi madre me acusó de tercermundista. Ahora me doy cuenta de que llevaba razón. Tuve una hija, y la sigo teniendo a pesar de mis esfuerzos por darla en adopción. No me arrepiento de no haberle encontrado familia de acogida. También traté de venderla a un circo. Ahora soy una adulta confundida, eternamente confundida, me temo. Ya no vislumbro la luz al final del túnel como antes.

'Ahora escribo una novela, un ensayo y la lista de la compra todos los días, que es lo que más trabajo me cuesta'
'Me siento superior a los hombres. La masa encefálica del macho está en desuso por el peso de la masa fálica'

-¿Se volvió a casar?

-Sí.

-¿Felizmente?

-Como decía aquel, siempre tropezamos en la misma piedra, pero qué le vamos a hacer si no hay otra.

-¿Cuándo empezó a escribir?

-En cuanto que aprendí. Era tan barato.

-¿Era pobre su familia?

-No, clase media, pero salía baratísimo.

-¿Fue niña precoz?

-Para leer y escribir. Para buscarme la vida fui muy tardía.

-¿Qué escribía?

-Pequeñas composiciones, entre la poesía y el relato.

-¿Recuerda algún verso de entonces?

-No. El tema era siempre muy cósmico. El cielo, las estrellas y qué hago yo aquí. Me atormentaban las mismas preguntas que ahora. Se puede decir que intelectualmente no he evolucionado nada.

-Pero se ha integrado bien. Escribe, le dan premios...

-Sólo dos premios. Y sí, la vida es extraña, pero ¿comparada con qué?

-¿Le obsesiona la muerte?

-No mientras esté viva. Y cuando esté muerta me importará tres carajos. Tengo valor para enfrentar la muerte. He estado en varias situaciones en las que no me preocupaba tanto la idea de morir como la de que tenía que morir matando.

-¿La vida le ha sido hostil?

-No. Me ha tratado bien. Pero me pregunto por qué.

-¿Se siente poeta o novelista?

-Siento también el impulso de narrar. Me siento poema, no poeta. Quiero ser mi mejor poema. Pero también tengo la vocación de contar historias.-O sea, que se entrega sin ambages a lo que manda el mercado.

-¿Yo? Mientras me paguen mi cheque...

-¿Ha cambiado su vida el Premio Nadal?

-Ahora me hacen más proposiciones y más deshonestas. Un periódico me ha ofrecido una serie de 50 artículos de verano. Querían pagarme 10.000 pelas por artículo. Así que ha cambiado, pero no estrictamente para bien.

-¿Y no se siente corrompida por escribir novelas como todo el mundo?

-Si de verdad empiezo a mirar todo con mucha moralidad me meto en una caverna y no salgo, la vida es sueño y cuando muera de emoción que me saquen. Hay otras formas de luchar contra el mercado, y yo lo he hecho en mis novelas. Y también hay que dignificar la profesión de escritor, digo el oficio.

-La poesía no es profesión.

-La más antigua del mundo. Los juglares, los contadores de historias son tan viejos como el homo sapiens. Y siempre han tenido un papel esencial en la comunidad.

-Ya, ya, pero los poetas no se venden.

-Sí, la poesía es un compendio de cosas inefables del ser humano que no tiene la narrativa ni la ciencia ni el arte. A mí los poemas me caen del cielo, y, por cierto, hace meses que no llueve.-¿Tiene algún poema propio favorito?

-No me sé mis poemas de memoria. Recuerdo uno, aunque no es mi favorito: 'Es un trabajo duro / recoger cada día / con el cuenco de mis manos / la luz del amanecer'. Se ve más o menos la impotencia de los seres humanos, ¿no?

-¿Qué tipo de poeta es?

-Amorosa, no. Después de Lope y Shakespeare hace falta mucho valor para torear ese toro. No me podría definir, salvo por lírica y meditativa.

-Esta serie es sobre jóvenes o casi que destacan. ¿Por qué usted?

-Eso. ¿Por qué crees que soy joven? ¿Qué hago yo aquí?

-Es corrosiva.

-Como el vitriolo. Nada de detergente para prendas delicadas.

-Inteligente.

-Superdotada. Lo dicen mis tests del colegio, yo no.

-Flamenca.

-Claro.

-Graciosa.

-No soy graciosa, soy certera. A veces nombrar la realidad, si es que existe, con palabras que más o menos la definen es tan hilarante que puede ser gracioso, pero no lo es. Es hasta triste, ¿no?

-¿Del Atleti?

-Más bien del Betis.

-¿A qué achaca tanta virtud?

-A una dotación genética espectacularmente buena, y a un ambiente que me ha potenciado todo menos eso. Por eso lo desarrollé tanto.

-¿Fue malo ese ambiente?

-Vulgar, como el de cualquier persona de mi tiempo. Vivimos la dictadura de la mediocridad, y lo mejor es superar eso. Dinamitarlo.

-¿Es su misión?

-Misión imposible.

-¿Qué escribe ahora?

-Una novela, un ensayo y la lista de la compra todos los días, que es lo que más trabajo me cuesta. La novela se titula Todas las muñecas son carnívoras.

-¿Sigue la misma línea?

-Yo no me repito, eh. No soy escritora de un solo libro ni escribo siempre el mismo libro como otros dicen que hacen. Si escribes siempre el mismo, ¿para qué tantos títulos? El estilo sí, está ahí desde el principio. Si tienes una voz propia, aunque sea producto de la ventriloquia literaria, mejor aprovecharla.

-¿Y además cuida la casa?

-Claro.

-La igualdad.

-Por los cojones.

-¿No es igual que él?

-Me siento superior a los hombres. Me educaron así. Me enseñaron que la masa encefálica del macho está en desuso por el peso de la masa fálica. Y como yo no tenía esa rémora...

-¿Quién le enseñó eso?

-Mi madre, y las monjas, que eran monjas buenas y tenían una estupenda biblioteca en varios idiomas donde leí incluso Las once mil vergas, de Apollinaire. Las pobres no sabían qué era eso.

-Igual sí.

-Peor para ellas.

-No será feminista...

-Posfeminista. El trabajo duro lo hicieron otras. Hoy que sabemos que compartimos un elevado porcentaje del ADN con la mosca del vinagre, resulta marciano plantear desigualdades sexuales o raciales.

-¿La Mancha imprime carácter?

-Es como un tatuaje en el alma. No imprime carácter, pero es una marca de origen. Es buena tierra.

-De mujeres bravas.

-¿Yo y quién más?

-Sé de una que cuando se cabrea le tira un Quijote de escayola a la cabeza de su novio.

-No jodas. Qué mujer tan interesante.

-Visto lo visto, ¿España va bien o no?

-Depende con qué lo compares. Tenemos mucho complejo de culpa, pero, a pesar de nuestros gobernantes, va mejor de lo que debería. Somos como un niño que ha crecido demasiado y no controla sus movimientos. Pero va a ser un chico alto. O una chica. Basta viajar un poco para darse cuenta.

-¿Fuera están peor?

-Francia, bastante peor; Suiza no es un paraíso; América Latina no se puede comparar. Quizá Suecia, o Noruega, pero la calidad de vida y la sensación de libertad que tenemos aquí es difícil de encontrar por ahí. Yo ya no puedo vivir sin eso.

-Pero sigue entre Ginebra y Getafe.

-Me temo que no por mucho tiempo. Ginebra es muy bonita, apacible, tiene una luz maravillosa, pero no sé cómo decirte. No temo a la soledad, pero viviendo allí me siento condenada. Quizá es que un país que se basa en el secreto bancario no puede funcionar bien humanísticamente.

ENTRE GETAFE Y GINEBRA

Ángela Vallvey (San Lorenzo, Ciudad Real, 1964) es una de las voces (y una de las personas) más originales, audaces y divertidas de la literatura española. Poeta de una pieza, amante del flamenco y de los viajes, madre de una hija de 12 años, ha conocido el éxito editorial al ganar el Premio Nadal 2002 con Los estados carenciales, y es autora de otras dos novelas: A la caza del último hombre salvaje (1999) y Vías de extinción (2000). Vallvey, que vive a caballo entre Getafe y Ginebra, combina una personalidad arrolladora con una escritura jugosa, fresca, de gran aliento lírico y un sentido del humor irreductible, antídoto contra lo que llama 'la dictadura de la mediocridad'.

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