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Columna
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'Puenting'

Soy un mal cliente de los parques de atracciones. No le encuentro gracia alguna a los coches de choque, la montaña rusa me parece un suicidio y siento vértigo hasta en los caballitos. Todas esas máquinas de última generación diseñadas para impresionar a la clientela ávida de emociones se me antojan ingenios diabólicos en los que nunca montaría ni por todo el oro del mundo. No critico a los que lo hacen porque cada uno es muy dueño de maltratar su cuerpo como le venga en gana, pero sospecho que esos aparatos pueden causar estragos en la estructura ósea que a veces se ignoran. Si opino así de esos ingenios que han de pasar minuciosos controles de seguridad y que son sometidos a un riguroso mantenimiento. Si les hablo en estos términos de un tipo de instalaciones donde la estadística demuestra su bajo nivel de peligrosidad y en la que los primeros interesados en minimizar los riesgos son quienes las explotan, se pueden hacer una idea de lo que pienso del puenting.

El domingo 21 de julio, Lorenzo Ledesma, un joven paracaidista de 22 años, murió al caer desde una altura de treinta metros en un puente del río Cofio. Su cuerpo quedó inerte en el lecho seco y pedregoso ante la mirada atónita de decenas de aficionados que presenciaron su salto mortal desde la acera del puente. Lorenzo había rebotado hacía arriba y empezaba a balancearse cuando la cuerda se soltó cayendo al vacío con la goma todavía sujeta a sus pies. Nadie en ese instante encontraba explicación alguna al accidente porque ninguno de los allí presentes, a pesar de considerar el puenting como un 'deporte de riesgo', contemplaba la posibilidad de que algo así ocurriera.

Ni los que estaban allí ni tampoco la Administración, que ha visto cómo proliferaban los saltos y surgían empresas que explotaban el negocio de la iniciación y práctica sin proceder a regulación alguna. No pregunten por el puenting en la Consejería de Educación ni tampoco en el Consejo Superior de Deportes porque nadie sabe nada. Unos y otros dicen que su práctica no es un deporte y rechazan toda responsabilidad sobre el tema. Si no fuera por la tragedia del domingo pasado resultaría cómico el recordar que la única autoridad que se ha pronunciado sobre esta actividad fue el Ayuntamiento de Santa María de la Alameda hace unos tres años. El Consistorio pidió a la Delegación del Gobierno que denegara a una empresa deportiva la autorización para practicar el puenting. Lo realmente irónico es que no rechazó la petición por los riesgos que pudieran suponer los saltos, sino porque la actividad en la estrecha acera del puente afectaría a una carretera muy transitada y con poca visibilidad. El episodio da una idea de la dejadez administrativa. Y nadie puede decir que esto fuera un fenómeno aislado o una afición de cuatro locos. En ese enclave del río Cofio llevan más de diez años concentrándose cada domingo decenas de personas como en otros lugares similares de nuestra geografía. La propia empresa Adrenalina Sport, cuyos servicios fueron contratados por Lorenzo Ledesma, difundió un comunicado en el que argumenta su larga experiencia manifestando que había realizado ya 120.000 saltos. Sorprende, en consecuencia, que para unas actividades haya tanto rigor y tanto control, lo cual es, desde luego, deseable, y para otras donde el peligro es mucho mas evidente no haya nada. Es inevitable sospechar que la preocupación por la seguridad es directamente proporcional al dinero que mueve la actividad y no a los riesgos que implica su práctica. Al margen de todo, personalmente creo que tiene que haber métodos mejores de buscar emociones que tirarse por un puente.

Desde tiempos inmemoriales, los papúas de la isla de Pentecostés se lanzan a 20 metros de altura atados con lianas en los tobillos. Para ellos es un rito iniciático con el que prueban su hombría y demuestran que ya son adultos. Es evidente que hay que echarle arrojo para dar un salto de esa naturaleza, pero es una lástima emplear tanto valor en algo así. Conozco a gente que emplea su tiempo y sus recursos a favor de quien más lo necesita. Los hay incluso que se juegan la vida por ayudar a los demás. A lo peor no resulta tan divertido ni espectacular como el puenting, pero la emoción a la larga es mucho mayor y se necesita bastante más coraje.

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