_
_
_
_
Crónica:Ciencia recreativa / 1 | GENTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

GENÉTICAMENTE ME MATA CON SU CANCIÓN

Javier Sampedro

Es posible que usted sea uno de ellos. En caso contrario, es seguro que conocerá a alguno, o a varios, tal vez a demasiados. Son gente normal según todas las apariencias, pero se delatan a la mínima ocasión: ese niño que nadie sabe cómo se ha colado en el coro del colegio, ese amigo capaz de cantar las obras completas de Caetano Veloso sin acertar una sola nota ni de chiripa, aquella chica que transformaba cualquier interpretación noctámbula de Let it be en una pelea de gatos, ese alcalde que cada navidad sale del túnel para proferir un villancico no solicitado. No les culpen, porque no hay conservatorio capaz de redimirles: llevan la incompetencia musical impresa en sus genes. Nacen y mueren desafinando.

Hace más de un siglo (1878) que el escritor canadiense Grant Allen, un curioso personaje empeñado en explorar las bases fisiológicas de la estética, identificó la 'sordera para las notas' como un problema innato de algunas personas, perfectamente normales en todo lo demás. Los científicos actuales prefieren hablar de 'amusia congénita', pero se trata de la misma cosa. Los individuos que la padecen (o mejor dicho, los individuos a quienes los demás padecen) oyen a la perfección, y a menudo han tenido una educación musical inflacionista y meticulosa, pero ni bajo torturas logran identificar una nota errónea en una melodía conocida, por ejemplo. Y, aunque pueden entender el concepto de consonancia y disonancia, no distinguen de oído entre esos dos modos armónicos. Huelga decir que oírles cantar es una experiencia inolvidable. Dicho más exactamente, es inolvidable para todo el mundo menos para ellos mismos, que son los únicos que no ven nada raro en su interpretación.

Noam Chomsky fundó la lingüística moderna al mostrar, mediante elegantes argumentos gramaticales, que el lenguaje es en gran medida un órgano cerebral innato, al que le basta escuchar algunas frases sueltas e inconexas en la infancia para deducir automáticamente un sistema fonético y sintáctico completo, capaz de producir infinitas frases nunca antes aprendidas ni escuchadas. En los últimos meses, revistas científicas como Neuron o Brain han publicado no menos de cuatro trabajos sobre la neurobiología de la música (¿se podría llamar a esto psicomusicología?), y todos apuntan a una nueva conclusión de corte chomskyano. En palabras de Lauren Stewart, del Instituto de Neurociencias Cognitivas de Londres, 'la competencia para percibir, apreciar y producir música se alcanza espontáneamente, sin esfuerzo consciente, y en ausencia de un entrenamiento explícito'. Éstas son las marcas de fábrica de un órgano cerebral innato. Desde luego, si uno es un amúsico congénito (o un alcalde de Madrid), no hay esfuerzo consciente ni entrenamiento explícito que logre enderezar el entuerto, o el órgano.

Ahora fíjense en esto: en el lenguaje hablado, 'Ha venido Laura' y '¿Ha venido Laura?' son dos frases idénticas excepto por la música. Y, sin embargo, los amúsicos congénitos no tienen el menor problema para distinguirlas. ¿Qué pasa aquí? Pues que el problema es sólo de finura en la distinción de las notas. Las diferencias de entonación que usamos para distinguir una afirmación de una interrogación, por ejemplo, se basan en intervalos (distancias entre notas) muy groseros, como el que media entre do y fa (tres tonos, o lo que los músicos llaman una cuarta), que incluso un amúsico congénito puede discriminar sin problemas. En una pieza musical, sin embargo, medio tono es una diferencia crucial. En un acorde de cuatro notas, subir medio tono una sola nota transforma la atmósfera de un blues en la de una bossa nova. Y los amúsicos no perciben bien las alteraciones de menos de un tono.

Con todo, el sueño racionalista de Grant Allen -hallar las bases fisiológicas de la estética- permanece incumplido. Mal podría entenderse de otro modo el caso de Robert Schumann, que creía que cada intervalo musical causaba mecánicamente una emoción concreta: la tercera menor generaba tristeza; la séptima dominante, ansiedad, y así. Ningún musicólogo actual concede el menor valor a esos códigos, pero la mayoría sigue considerando los lieder de Schumann, compuestos según sus dictados, como una de las cimas de la música occidental.

El otro ejemplo es la quinta disminuida (la distancia entre do y sol bemol), conocida entre la Edad Media y finales del XIX como 'el diablo de la música', una combinación de notas de la que era preciso huir como de la peste. Hoy, la quinta disminuida se suele llamar blue note, y es fundamental en dos de las armonías más fértiles y creativas: la del flamenco y la del jazz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_