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Reportaje:

Miedo a convertirse en un plato

El pésimo tiempo y los accidentes mortales en el K 2 ahuyentan a los alpinistas

La única atracción que se ofrece en el campo base del K 2 es un lugar que casi todos prefieren esquivar. Afortunadamente, dicho lugar de visita se halla a media hora de marcha de las tiendas, al pie de un espolón rocoso. Se trata del Memorial Puchoz, originalmente el lugar donde la expedición italiana que conquistó el K 2 en 1954 erigió un pequeño monolito en recuerdo del único de sus integrantes que falleció aquel verano. Desde entonces, casi 50 escaladores han unido su destino al de Puchoz y la mayoría ocupan un hueco en el memorial.

En dias de viento, uno puede escuchar al acercarse al lugar un leve tintineo metálico, más un sonido desorganizado y arrítmico que una solemne marcha fúnebre. Son los platos, agitados por el viento, los numerosos platos de acero inoxidable que ya no contienen alimentos, sino los nombres y apellidos de quienes fallecieron en las paredes del K 2 y la fecha de su desaparición. Amin, uno de los guías locales, sacude y baja la cabeza cuando se le menta el memorial. Él mismo ha tallado y colocado cuatro platos y no desea acercarse a ver qué ha sido ellos. Seguirán ahí, añadiendo música al lugar.

Platos con la identidad de los muertos forman un curioso memorial junto al campo base

Aseguran que ésta ha sido la peor temporada de la última década en el K 2: siempre viento del suroeste y una nube densa y amenazadora velando la cima de la montaña. Como una montaña sin cima, decapitada por capricho meteorológico. Este año, casi todo han sido escaladas virtuales, días de inmovilismo y la cabeza viajando de un campo a otro, de una posibilidad a otra sin movimiento efectivos, a diario aguardando una mejoría que se demoraba invariablemente.

'Cuando el tiempo mejore...' se convirtió rápidamente en la letanía del lugar, pronunciada en inglés, japonés, paquistaní, tibetano o castellano. Con esa frase en los labios se despidieron Mikel Zabalza, Jordi Corominas y Jordi Tosas, fuertes, empeñados en repetir la irrepetida ruta polaca y hastiados por el espesor de la nieve que les salía al paso cada vez que se calzaban las botas. No pasaron de la cota de los 6.400 metros. Y en el camino, esquivaron por minutos una avalancha asesina. De hecho, el campo base del K 2 podría haber sido el de la Luna si de vez en cuando alguna avalancha no se hubiese descolgado para recordar que ahí, oculto pero presente, se hallaba el objetivo de los alpinistas.

Enseguida, la primera tragedia sacudió las decisiones del campo base, ya bastante ofuscado por la repetición de inconvenientes que ofrecía la montaña. Cuando el porteador de altura de Miguel Ángel Vidal y Luis Fraga resultó barrido de la ruta Cesen por un alud, las ilusiones de la mayorío de expedicionarios se bloquearon. Nada como mover un cadáver para tomar conciencia de la realidad.

Tan complicado como escalar el K 2 resulta regresar indemne: el 22% de los que pisan su cumbre nunca regresa. Y como dice el navarro Mikel Zabalza, nadie quiere convertirse 'en un plato'. Las tertulias empezaron entonces a alargarse en el campo base cuando se abordó el asunto de la seguridad, que siempre llegaba unida al del abastecimiento de los campos. Se desató entonces la caza de los partes meteorológico, sólo fiables para poner en marcha planes y cábalas que el cielo desmontaba con increíble celeridad. Entonces empezó a uniformizarse a la baja la moral del campo base, las dudas se hicieron pared y la segunda tragedia, la muerte de un alpinista paquistaní, rompió el débil equilibrio que se había creado entre la ilusión y la realidad.

Uno puede tener todo su material en orden, las ideas claras y las fuerzas a tono, pero nunca se sabrá a salvo de lo imprevisto, circunstancia que no deja de impresionar. Y más en una montaña en la que los rescates son quiméricos. 'Recordad que sólo es una montaña, que estará ahí siempre', sentenció una noche Iñaki Otxoa de Olza, al cargo de una decena de clientes. Nadie supo qué replicar; quizá porque era la hora de la cena y los comensales tenían la mirada hundida en sus respectivos platos.

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