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Reportaje:VERANO RADIANTE EN LAS CAPITALES RUSAS

Noches sin sueño en el Neva

Zar es la pronunciación rusa de César y eso ayuda a comprender el espíritu con el que Pedro el Grande decidió levantar San Petersburgo a orillas del Báltico, sobre una marisma fangosa y llena de mosquitos. La historia de esta ciudad, surcada de canales y atiborrada de palacios, se forjó sobre un esfuerzo que, todavía hoy, a cualquier recién llegado se le antoja hercúleo. Antes de poner la primera piedra, en 1703, más de 150.000 hombres habían perecido construyendo la estructura de palafitos de madera que consolidó el terreno pantanoso destinado a soportar todo el esplendor soñado por el zar. Esa mezcla explosiva de adversidades, sueños y delirios de grandeza deja a cualquier hijo de vecino touché ante la más europea de las ciudades rusas.

Antes de poner la primera piedra de San Petersburgo, en 1703, miles de hombres habían perecido construyendo la estructura de palafitos de madera que consolidó el terreno pantanoso destinado a soportar todo el esplendor soñado por Pedro el Grande

San Petersburgo cautiva siempre, pero es irresistible durante las noches blancas. En verano, el sol se oculta menos de una hora, entre las dos y las tres de la madrugada. Esos días mágicos, bañados por una luz plateada, dan una sensación de irrealidad a esta ciudad formada por 42 islas y erigida en guardián del golfo de Finlandia. El olor de los ramos de flores silvestres que venden señoras con pañuelos en la cabeza, que podrían ser la encarnación de esas muñecas rusas llamadas matrioshka, se mezcla con el de las botellas de cerveza que todos consumen por la calle. Durante estos días la ciudad vive sumida en una especie de embriaguez colectiva. Nadie se acuerda ahora de los cinco meses en los que el río Neva y los 60 canales que surcan la ciudad están congelados, o de los 36 grados bajo cero a los que llegan los termómetros.

La ciudad, que en 1991 recuperó su nombre tras 67 años como Leningrado, quiere resarcirse del invierno que ha pasado. Durante las noches blancas -desde mediados de mayo hasta mediados de julio- nadie duerme, todo funciona a cualquier hora: barcos-taxi en los canales, restaurantes, chiringuitos a orillas del río, y, especialmente, las pequeñas tiendas que, literalmente, envuelven al viajero cuando sale de cualquiera de las estaciones del metro. Uno de los pasatiempos favoritos de los habitantes de San Petersburgo, que se convirtió en capital de Rusia en 1712, es sentarse en los malecones de madrugada y contemplar cómo se abren los puentes levadizos y el río Neva se convierte en una gran autopista para enormes barcos.

Uno de los miradores nocturnos más concurridos es el de la isla Vasilievski, flanqueado por dos gigantescas columnas. La gente permanece horas con su inseparable cerveza en la mano contemplando el agitado tránsito del Neva: a la derecha, la fachada barroca del palacio de Invierno, sede del Ermitage, y, a la izquierda, las murallas de la fortaleza de Pedro y Pablo. Su orilla, durante los días más calurosos, hace las veces de playa. Verano es también sinónimo de bodas. A las parejas les encanta recorrer su ciudad rodeados por los testigos, y, armados con botellas de espumoso ruso, fotografiarse junto a los monumentos. Una estampa que se ha convertido ya en seña de identidad.

El Ermitage actúa como un imán en esta ciudad de cinco millones de habitantes que se jacta de ser la capital cultural de Rusia. La avalan más de 300 museos y 100 teatros. La semilla del Ermitage, que guarda más de tres millones de obras de arte, fue la colección de 225 lienzos que Catalina la Grande adquirió en 1764 para decorar el palacio de Invierno. Los amantes de la pintura se dirigen casi en peregrinación a esta especie de ciudad del arte en la que trabajan 3.000 personas. Su tamaño abruma a cualquiera, así que es mejor planificar bien la visita y seleccionar lo imprescindible: Picasso, Matisse, Cézanne, Van Gogh, Gauguin y los impresionistas. El Ermitage es un buen ejemplo de lo que ocurre en el país. Goteras, ventanas carcomidas o manchas en las paredes conviven sin complejos con el lujo de los apartamentos de los zares o la modernidad de las exhibiciones temporales.

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Una gran perspectiva

Todo en esta ciudad levantada a medida del poder gira en torno a Nevski Prospekt, una diagonal de cuatro kilómetros y medio que atraviesa el centro. Por lo menos una vez merece la pena recorrerla desde la aguja dorada del Almirantazgo, colocada al lado del Ermitage y que hace las veces de guía para extranjeros desorientados, hasta el monasterio de Alexandr Nevski. También es muy recomendable tumbarse en el jardín de Verano o pasar al vecino Campo de Marte para observar cómo saben holgazanear los eslavos.

Claro que la visita no está completa sin un paseo en barco por los canales, el correspondiente chaparrón de todos los días, una velada en el teatro Mariinski (antes Kírov) para ver ballet clásico del mejor y una excursión a Peterhof (media hora en barcos rápidos) para quedarse boquiabierto con el lujo de los palacios de verano. Sus esculturas del canal son tan doradas como las cúpulas de las iglesias ortodoxas. Dicen que las recubrían de dorados para que Dios las viera bien desde arriba y ninguna plegaria cayera en saco roto.

GUÍA PRÁCTICA DE SAN PETERSBURGO

Datos básicos

Población: cinco milliones. Prefijo telefónico: 007 812

Dormir

- Grand Hotel Europe (329 60 00). Mikhaylovskaya, 1 y 7. Uno de los clásicos de la ciudad. Habitación doble: 275 euros. - Oktiabrskaia (277 63 30). Ligovsky prospekt, 10. En un edificio del mediados del siglo XIX. Habitaciones dobles entre 20 y 40 euros.

Comer

- Demidov (272 91 81). Fontanki Reki, 14. Un delicioso espacio abovedado y con pinturas murales. Precio medio: 16 euros. - Café Literario (312 60 57). Névski Prospekt, 18. Famoso por ser el último café en el que estuvo el poeta Pushkin. De decoración clásica sin pasarse. y con música clásica en directo. Unos 20 euros. - San Petersburgo (314 49 47). Canal Griboedova, 5. Con música clásica en directo. Unos 18 euros.

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