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Columna
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Azar

EN EL LIBRO Walkscapes. El andar como práctica estética (Gustavo Gili), el arquitecto italiano Francesco Careri nos propone regresar a esa práctica constitutiva del hombre, al menos durante los millones de años en los que deambuló sin rumbo fijo como nómada depredador, que es el desplazarse mediante sus propias piernas, pero ahora haciéndolo de una manera definitivamente errante; es decir: sin otra finalidad que la de pasear. No se trata de ningún consejo higiénico, deportivo o turístico, sino, como se apunta en el título del ensayo, 'estético', que es el reino, según Kant, de la 'finalidad sin fin'. Como nos lo recuerda el propio Careri, este afán de ir caminando sin saber previamente adónde, ni por qué, fue una práctica, nunca mejor dicho, 'extravagante' de las vanguardias históricas -el dadaísmo y el surrealismo-, luego revalidada, en la segunda mitad del XX, por los situacionistas, minimalistas, conceptuales y, sobre todo, los representantes del llamado Land Art.

Pero, para Careri, esta reivindicación estética de nuestro espíritu andariego no es simple nostalgia del nomadismo milenario, ni la promoción de una neovanguardia al estilo de las antes citadas, sino del 'errar en tanto que arquitectura del paisaje', que es la que transforma nuestra visión de la realidad sin dejar mácula; una vivencia, así, pues, y no un proyecto urbanístico edificable.

Sin una conexión directa, pero en la misma onda transversal de vivir de otra manera la metrópolis global, acaba de publicarse Jardines insurgentes. Arquitectura de paisaje en Europa 1996-2000 (Arquithemas), donde se recogen los textos de las intervenciones y el catálogo de obras de la Segunda Bienal Europea de Paisaje, que tuvo lugar en Barcelona el pasado año. Lo asombroso para el profano de esta bella edición son las ideas que allí se vierten, porque, ya sea como reflexión sobre lo que hay que hacer en nuestras desnaturalizadas urbes, como a través de los proyectos y realizaciones reproducidos, se da la impresión de apostar por los pequeños rincones desdeñados, ésos donde no se planifica un jardín, sino donde éste, en efecto, 'insurge', se 'rebela', algo así como ocurre con los obstinados matojos que, al azar, cuartean el cemento y el asfalto.

Tras ya dos largos siglos de revolución industrial y urbana, a la que los horrorizados arquitectos del XIX respondieron con utópicas ciudades-jardín, sorprende estas 'modestas' propuestas actuales, que enfatizan el redescubrimiento estético directo del entorno mediante un simple paseo sin dirección o la sutura ocasional de lo no completamente controlado-arrasado.

He aquí, por tanto, en medio de la agobiante planificación, que ya no queda más esperanza que la reivindicación del azar.

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