Costa Piñata
Quizá dentro de muchos años alguien se encuentre en las hemerotecas con el suplemento andaluz de este periódico que llevaba fecha del lunes pasado. La primera página de esa jornada era de una inquietante simetría. A la derecha, a dos columnas, Meme del Río, desde Marbella, describía cómo el PP de Estepona se había echado atrás en una decisión anterior y avalaba ahora la legalidad de una operación urbanística proyectada por Pedro Román, el hombre que fue mano derecha -y compañero de prisión- de Jesús Gil.
A la izquierda, a tres columnas, Lourdes Lucio contaba cómo la mesa andaluza contra el transfuguismo estaba al borde de la muerte. Estaba claro ese final. Desde que el PP rompió en Estepona el pacto anti-GIL se quebraron las reglas del juego. A partir de entonces, sólo un profundo cinismo o un irresponsable optimismo podían mantener en pie esa mesa. Las dos noticias, juntas, describían primorosamente cómo es la vida política en la Costa del Sol y quizá sirvan para que los andaluces del futuro conozcan las causas de la aniquilación y ruina de la zona.
La inhabilitación de Jesús Gil no ha cambiado nada las cosas en Marbella. Las decisiones urbanísticas se siguen tomando en la casa del ex alcalde y el hombre que controlaba estos asuntos sigue en su puesto. Aunque, desgraciadamente, esté lejos aún su final, ya podemos ir vislumbrando cómo acabará el gilismo: ciudades en quiebra, ex ediles multimillonarios y ligeras penas de cárcel para los más pringaos. Un final nada feliz y muy poco edificante.
Pero el problema no es sólo Gil: son mayoría los alcaldes de la zona que han seguido su ejemplo, aunque con algo más de discreción y prudencia. En estos momentos es muy difícil encontrar personas honradas entre quienes se dedican a la política municipal en la Costa del Sol. No exagero. En este caso, es una ingenuidad repetir eso tan manido de que la mayoría de los políticos son honestos.
Pero lo más grave es que, en bastantes ocasiones, resultan tan sospechosos quienes gobiernan como quienes forman parte de la oposición. En torno a los partidos brotan sospechosos bufetes de abogados. Vuelven al ruedo, buscando nuevos días de gloria, especialistas en el acarreo de maletines opacos: los viejos conseguidores nunca mueren. La política municipal de la Costa del Sol está tan desacreditada que sólo se dedican a ella los que no tienen nada que perder. Es cierto que hay excepciones, pero no son muchas.
Ya no sirve para nada, pero quizá merezca aún preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí. Un mal entendido pragmatismo ha convertido el urbanismo en simple mecanismo de fomento de la especulación inmobiliaria. Ese mismo pragmatismo despojó a los partidos de su ideología y, a la vez, provocó la huida de los militantes más escrupulosos. Hoy la política -y no sólo la municipal- es sólo una manera confortable de llegar a fin de mes.
En este panorama, el pacto PP-GIL en Estepona es todo un hito. Si no fue el final de la inocencia -ya no quedaban muchos inocentes en la Costa del Sol-, sí fue el símbolo de que ya no se respetaban ni las apariencias. Fue la señal de inicio de este voraz juego de piñata que amenaza con terminar de esquilmar la Costa del Sol.
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