Todo por una pesadilla
Que Popstars lo tenía difícil estaba cantado. Por más que insistan en denunciar que Operación Triunfo era una copia de este formato original, se estrenó a rebufo del triunfo al cuadrado y cabía suponer que les costaría abrirse un hueco en la parrilla. Desde el principio, Popstars se inclinó por el filón de la humillación. Los resúmenes preparatorios que precedieron a la primera gala se recrearon en la suerte de las candidatas. Los miembros del jurado recorrían España para comunicar la buena nueva ('sigues con nosotros') o la mala nueva ('no sigues con nosotros') a las nerviosas e impacientes aspirantes a Spice Girls, que soportaban la noticia con más o menos entereza. Esta tendencia, que arrastraba una viscosa carga de crueldad (el despliegue tenía como único objetivo eliminar a alguien), se vio confirmada a las primeras de cambio. Cuando Olga, una de las concursantes, desobedeció el reglamento con una chiquillada, sus responsables le saltaron a la yugular, pero no en privado, sino a lo Van Gaal, aprovechando las cámaras para dejar bien claro quién manda aquí, explotando las dotes castrenses de Michelle McCain, que pega rapapolvos casi tan bien como canta. A la concursante Olga la pillaron mintiendo y así se lo hicieron saber a toda España, lo cual obligó a la pobre chica a pedir perdón en público, hacer comparecer a su novio y a su madre para sumarse a la autocrítica y ver cómo, en la gala, se posponía el veredicto del jurado para dar paso a la publicidad. Al final, el tribunal se mostró benévolo y dejó la decisión en manos del público, que mañana lo tendrá fácil para echarla por mala.
Pero Popstars sigue con sus purgas. Ahora le ha tocado a Nalaya, que también cometió la estupidez de no respetar las normas ni atender a los avisos que la instaban a portarse bien. Se siguió el conducto reglamentario: ponerla en evidencia con una bronca de tres pares de puntos de share a cargo de Michelle Sargento de Hierro, consultar a sus compañeras, que la pusieron a parir con más o menos diplomacia, y expulsarla como a un Yoyas cualquiera. Puede que sea necesario expulsar a las gamberras para preservar el concurso, pero ¿hace falta humillarlas así? ¿Qué ocurriría si se retransmitieran las broncas que deben de estar viviendo los responsables del concurso, agobiados por los discutibles resultados de audiencia? ¿Tolerarían que los convirtieran en víctimas de estos juicios o preferirían un poco de discreción? Y lo peor es que estas escenas enganchan y sacian el perverso apetito de ese morboso que, algunos más que otros, llevamos dentro.
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