Entre lo decepcionante y lo sublime
Un fatídico primer minuto determinó la suerte del recital. Eran las diez y media de la noche, y Kiri te Kanawa comparecía de rojo pasión 30 minutos más tarde de lo anunciado. No era suya la falta de puntualidad. El acceso a la cueva es estrecho y lento, y el público lo hizo con calma de verano. A la soprano no le sentó bien esta relajación de las costumbres, y antes de emitir la primera nota se puso a aplaudir al último espectador que se estaba acomodando, diciendo algo así como 'siéntense ya de una vez'. Este gesto de crispación se le volvió en contra. Su Mozart fue desconcentrado y nervioso, su Haendel precipitado y su Vivaldi insulso.
Dos murciélagos acertaron a pasar por el fondo del escenario. No fue un mal fario, sino un signo que recogió el excelente pianista Julian Reynolds tomando las riendas del recital, con un acompañamiento lento, lírico, espiritual de Morgen, de Richard Strauss, que llevó a Kiri a su terreno: el de la intimidad, el del fraseo elegante, los filados hermosos y la técnica intachable. Todo fue muy diferente en la segunda parte. La soprano se debió tomar una tila (simbólica) en el descanso y como por arte de magia apareció su emblemático glamour. Del bloque de canciones francesas destacó un envolvente Bachelet. En Granados se movió con refinamiento, quizá excesivo. Su Guastavino fue inmenso, y en Puccini, especialmente con Sole e amore, alcanzó unas cotas sublimes de musicalidad y buen gusto.
Kiri te Kanawa
Kiri te Kanawa (soprano), Julian Reynolds (piano). Obras de Mozart, Haendel, Strauss, Puccini y otros. Cueva de Nerja. 22 de julio.
Babelia
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