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TOUR 2002 | 14ª etapa | DESDE MI SILLÍN
Columna
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La maleta

Un día más, llegas al hotel, te diriges como un autómata hacia el ascensor dirigido por un sexto sentido que rara vez osa a equivocarse, y allí te encuentras con la lista en la que está indicado tu número de habitación.

Subes a él, desciendes, y con andares cansinos, arrastrando los pies, llegas a una puerta dispuesta a mostrarte el último sistema de apertura electrónica patentado, que siempre hay algo nuevo por descubrir. Abres la puerta... y, como en la canción, ahí está.

Ahí está tu único nexo con tu vida cotidiana. Cuando las ves apiñadas, todas parecen las mismas; idéntico color, idéntico anagrama; pero es al abrirlas, o incluso, antes, al tantear el peso, cuando salta a relucir lo ya sabido de que en este circo, lo único que nos une es la bicicleta.

Cada uno de un padre y una madre, cada maleta con un orden -ejem, perdonen, mejor desorden- diferente; continente idéntico para un contenido de lo más variado. Desde el numero uno en todas las listas llamado plei esteision, o como se diga, que poco me importa, al inédito hasta ahora -al menos eso creo yo- Diccionario de la Lengua Española que he osado portar. Abundan las fotos de los críos, ideales para personalizar mesillas, cargadores de móviles, y revistas de coches y motos, entre otras.

Hay quien porta su bote de tomate frito preferido -no es broma-, quien no olvida su almohada favorita, quien trae las obras completas de Tolstoi, o quien porta una muda para tres semanas; sorpresas te da la vida.

Incluso hay quien debe sentarse encima de ella todos los días para poder cerrarla, y no miro a nadie; pero lo importante, dicen todos, es que hay tantos que, todos los días al abrirla, se sienten como en casa. Y eso en Francia, durante 3 semanas, tiene su mérito.

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