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FÚTBOL | Otra estrella del Barça con polémico final
Columna
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Rivaldo rima con saldo

Paulo Coelho escribió que Brasil olvida su historia para poder olvidar sus derrotas. Pues bien: en el Barça echan a los buenos jugadores para poder olvidar su errática política de fichajes. La marcha de Rivaldo recuerda la de otros cracks, despedidos con la etiqueta de traidores pegada a la chepa. Esta vez, sin embargo, la celeridad con la que se ha llevado el tema ha impedido que la cosa se pudra, lo cual es bueno para un equipo que se ve liberado de casi todo el supuesto lastre de su pasado reciente (ahora solo falta que echen a Gaspart y a Van Gaal). Decía José Maria García que el rumor es la antesala de la noticia. En Barcelona, la antesala de la noticia son los chistes. Hace tres meses, circulaba uno: ¿Lo saben aquel que dice que Van Gaal vuelve al Barça? Y los culés se partían el pecho. Luego resultó que, de la mano de un Gaspart hiperactivo, el holandés llegó, lloró y volvió a poner en marcha su sistema, basado en escudarse en la lealtad a la empresa para justificar sus caprichos a la hora de fichar y montar equipos en los que nadie juega en su sitio, ni siquiera Rivaldo, culpable de discrepar del Gran Capataz. 'Debería ser más corriente que un deportista pudiera discrepar de su entrenador (...), y en el caso de que se produjera ese desacuerdo, éste no tiene por qué representar una posición contraria a la continuidad del técnico', decía Rivaldo en 2001. La continuidad del técnico, quizás no. La suya, sí.

Otro chiste que circula dice que Rivaldo ficha por el Madrid. Es un chiste de un humor negro sobre blanco y que remite a otras bromas pesadas (Schuster, Figo, Laudrup). Decidir que Rivaldo, que acaba de ganar el Mundial y es el mayor talento de los últimos cinco años, no entra en los planes del Barça parece una locura pero es así. No importa que su aportación a los títulos ganados por Van Gaal fuera decisiva (junto a Figo, Guardiola, Luis Enrique y otros que tenían el arrojo de saltarse la libreta). Ni que el precio que se pagó por él esté amortizado. Ni que haya demostrado una gran profesionalidad (jugar infiltrado, resolver eliminatorias como la de Torrelavega y decidir en plazas tan duras como Madrid o Milán). Su personalidad, tenaz, orgullosa pero que tiende a la desconfianza paranoide (consulten el libro Rivaldo, la victoria sobre el destino, escrito con la colaboración de David Espinar) no jugaba a su favor. De los tres pilares que este año tenían que redimirse (Van Gaal, Gaspart y Rivaldo), el brasileño era el único que no tenía nada que demostrar. Es un eficaz caza-recompensas que, con la ayuda de su talento, busca lo mejor para sí mismo. Con el Barça ha ganado lo mismo que Van Gaal y es campeón de un Mundial en el que el mister fracasó con la colaboración de sus queridos De Boer, Kluivert, Reiziger, Cocu, Overmars. Haga lo que haga, ni aquí ni en Brasil iban a interpretarle como a él le gustaría. Su carácter le impide dejarse querer y tampoco soporta que le odiemos, y, pese a su enorme talento, nunca congenió con una afición que le veía más como un mercenario que como un futbolista genial demasiado tímido para ser ídolo. Así las cosas, la afición optó por silbarle, exigir nuevos juguetes y, a partir de hoy, se resistirá a echarle de menos esperando que fracase para así poder presumir de tener razón. Fue, sin embargo, nuestro más rentable peón, pese a ese contrato firmado por el mismo Gaspart que, hasta ayer, se llevaba las manos a la cabeza preguntándose qué clase de insensato pudo hacer algo así. Incluso el entrenador dijo que hablaría con él para ver cuál era su actitud, algo que no le exigió a, pongamos, Cocu. Era el presagio de un despido pactado para dejarle vía libre a Van Gaal, que llegó disfrazado de cordero y empieza a enseñar sus orejas de lobo. Rivaldo lo llevaba crudo porque no tenía aliados y corría el riesgo de ser linchado por defender esa manera de jugar que tanto nos gusta a algunos. Pero como la historia de este club demuestra que siempre se van los mejores, Rivaldo se va. Los peores, mientras tanto, no sólo se quedan sino que incluso repescamos alguno de quien habíamos conseguido librarnos y le damos una segunda oportunidad.

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