Hacia el acuerdo
Gracias a la intensa labor de mediación del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, España y Marruecos estaban anoche muy cerca de alcanzar una salida razonable a la crisis de Perejil que permitiera a ambas partes salvar la cara, con garantías suficientes de que se respetaría el statu quo previo al 11 de julio: ni tropas ni banderas en el islote. Fuentes del Departamento de Estado reconocieron que Powell había hablado en varias ocasiones con el rey Mohamed VI y con la ministra española de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, lo que indica que el acuerdo estaba al alcance de la mano. Los legionarios españoles se retirarían del islote y se abrirían negociaciones directas sobre el futuro de este peñasco deshabitado. Se volvería así a la legalidad de la Carta de Naciones Unidas que obliga a dirimir las controversias por medios pacíficos.
El Gobierno español exigía garantías suficientes de que Marruecos no volverá a las andadas. A cambio, Madrid debería no sólo desalojar Perejil, sino desactivar discretamente el despliegue naval en la zona del Estrecho y aceptar el principio de que es posible negociar la soberanía de un islote que geográficamente está unido a Marruecos. Pero lo que resulta desproporcionado y abusivo es que Rabat pretenda, como anunció ayer el ministro Benaissa en París, colgar del contencioso sobre Perejil una negociación en toda regla acerca del futuro de Ceuta y Melilla.
El papel de EE UU, junto a otras mediaciones discretas desde Bruselas, ha resultado fundamental. Washington se ha empleado a fondo en la resolución de este absurda disputa, pues lo último que desea es un conflicto entre dos socios en este extremo del Mediterráneo, cuando tiene en erupción el flanco oriental, en un ambiente general de tensión entre el mundo musulmán y occidente tras el 11-S.
Este conflicto que Rabat nunca debió haber iniciado y al que el Gobierno español respondió de forma exagerada, con un despliegue militar que es prueba del fracaso diplomático de la política de Aznar con Marruecos debe quedar superado cuanto antes. Es de esperar que el nombramiento de Gil Casares, persona de la confianza directa de Aznar, como secretario de Estado de Política Exterior, no signifique que la diplomacia española se va a quedar estancada en esa política. Sería positivo que la nueva ministra de Exteriores pueda llegar el lunes a Bruselas, a su primer Consejo de Ministros de Asuntos Generales, con la cuestión Perejil resuelta. Con su exagerada reacción, España no sólo no ha conseguido el apoyo explícito de sus principales socios en la UE, sino que ha visto dañada la imagen exterior con el varapalo casi unánime de la prensa europea, que podría rectificar un acuerdo. Una España que se precie como potencia media en el siglo XXI no tiene espinas que sacarse. Por el contrario, debe contribuir a generar prosperidad y democracia en su entorno.
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