Las Barranquillas ha duplicado sus chabolas y ya es el mayor centro de drogas de España
4.000 personas acuden cada día al poblado para comprar estupefacientes, según la policía
El poblado de Las Barranquillas, en Villa de Vallecas, se ha convertido en una ciudad sin ley. Ubicado en una zona aislada, alejada del casco urbano de la capital, el mayor hipermercado de la droga de España cuenta ya con 300 chabolas, el doble de las que había en sus inicios, hace dos años. De ellas, al menos 100 actúan como puntos de venta de estupefacientes. Según los datos que maneja la policía, 50 familias viven directamente del narcotráfico en el poblado, y una media de 4.000 personas, entre toxicómanos y traficantes a menor escala, acude a Las Barranquillas cada día. Los agentes, además, han detectado un incremento notable en la venta de cocaína, que iguala ya a la de heroína.
El poblado de Las Barranquillas surgió como un asentamiento chabolista de personas dedicadas a la venta de chatarra. En 2000, cuando se cerró el poblado marginal de La Celsa, los traficantes se trasladaron a Las Barranquillas para continuar con su negocio, y llegaron a expulsar del terreno a los hortelanos para hacerse con el control de la zona. En apenas dos años, el asentamiento se ha disparado y cuenta ya con 300 chabolas, más del doble de las que había entonces, según datos facilitados por la Jefatura Superior de Policía de Madrid. La situación se escapa del control de la administración.
Los agentes de narcóticos que tratan de frenar el tráfico de droga en el poblado afirman que medio centenar de familias vive ya del negocio de la droga en este submundo marginal. Aproximadamente un tercio de las 300 chabolas que hay se dedican a la venta de droga. La mitad son casas bajas fabricadas con ladrillo, normalmente robado de edificios en construcción. El resto de las infraviviendas son de quita y pon: chabolas que se destruyen y construyen con rapidez, en apenas 24 horas. Chamizos que son desalojados por unos traficantes un día -normalmente cuando les detiene la policía- y al siguiente están ocupados por otros.
Las familias más poderosas del poblado incluso alquilan chabolas a los traficantes de nivel medio por unos 3.000 euros al mes. Eso indica que el negocio va bien. Y es que clientes no faltan: la policía tiene dificultades para controlar a las más de 4.000 personas que compran allí a diario.
Salas para el consumo
Los traficantes construyen ahora las chabolas con una sala para el consumo. En lugar de pincharse en la cercana narcosala de la Comunidad, con todas las garantías higienico-sanitarias, los yonquis se drogan en las chabolas. Es decir, compran la droga y se la inyectan o fuman en la sala de al lado. 'Es una nueva estrategia de los traficantes para que la policía, si cachea a sus clientes nada más salir de la chabola, no les encuentre nada encima porque ya lo llevan puesto', explican fuentes policiales.
Un camino de tierra y piedras conduce hasta el vertedero municipal número 2 de Madrid. Por él transitan camiones cargados de escombros, que levantan una gran polvareda. Es el mismo camino que siguen a diario decenas de coches para llegar al poblado de Las Barranquillas. Los automóviles que recorren esa ruta son fácilmente reconocibles: llevan la luna delantera agrietada por el impacto de las piedras que se estrellan contra las ruedas de los camiones y rebotan después, alcanzando a los vehículos particulares.
El trasiego de coches es incesante durante todo el día y toda la noche. El hipermercado de la droga de Las Barranquillas está abierto las 24 horas del día, siete días a la semana y en cualquier época del año. Los toxicómanos que no tienen coche caminan por el borde del camino, tragando polvo. Los grandes camiones pasan a medio metro, pero ellos no tienen miedo. Muchos dicen que morir sería una liberación, y caminan con la mirada y el pensamiento clavados en la próxima dosis, ajenos al tráfico.
Antes de llegar al poblado el visitante puede ver ya a decenas de personas que se inyectan heroína, escondidas entre las ruinas de unas casas bajas que se van cayendo a pedazos, poco a poco, pero en las que viven muchas de ellas.
Poco después de pasar estas casas semiderruidas se entra en el descampado, que sirve de aparcamiento para el que acude a comprar. El suelo es de color grisáceo y tiene una capa permanente de basura aplastada por los coches, desde botellas y latas hasta jeringuillas. Este aparcamiento es el lugar de Madrid en el que la policía recupera el mayor número de coches robados de la ciudad.
La 'sucursal' de Villa de Vallecas
Los narcotraficantes del poblado de Las Barranquillas abrieron en diciembre de 2001 una sucursal del negocio en el casco urbano de Villa de Vallecas, a unos 250 metros del intercambiador de Sierra de Guadalupe, donde paran el metro y varios autobuses. Sólo las vías del tren que recorren la ciudad en dirección a Barcelona separaban el mercado de un parque infantil y de los bloques de viviendas. La policía y el Ayuntamiento, a raíz de una denuncia de la asociación de vecinos, actuaron sin dilación: en tres días acabaron con este foco de venta de droga. Primero, el Ayuntamiento levantó un muro e instaló una verja para impedir a los toxicómanos el acceso al asentamiento -formado por dos infraviviendas y diez tiendas de campaña-, y de paso aislarlo. Ello obligaba a los toxicómanos a saltar las tapias que encajonan las vías férreas. Pero el muro fue derribado a patadas cuando el cemento aún estaba fresco. Al día siguiente, varios operarios municipales reconstruyeron el paredón. Después de una reunión del concejal del distrito de Vallecas, del PP, con los comisarios de Villa de Vallecas y Puente de Vallecas y varios responsables de la Policía Municipal, la maquinaria municipal y varios coches policiales desmantelaron el asentamiento dos días después de haber levantado el muro. Se presentaron por la mañana en el poblado, cuando los narcotraficantes aún dormían, una ambulancia del Samur, un camión y una excavadora municipal, encabezados por el edil de Villa de Vallecas. Dieron tiempo a los toxicómanos para que recogieran sus cosas y se marcharan. La máquina excavadora derribó las dos chabolas y dedicó después unas horas a excavar hoyos en el suelo para que las infraviviendas no volvieran a levantarse. Los operarios limpiaron la basura y le prendieron fuego; lo demás, sillas y colchones, lo montaron en un camión y lo llevaron al vertedero. Ignacio García, de la asociación vecinal Ahora, que denunció la situación del poblado, afirmó entonces: 'Lo que se ha hecho sólo sirve para trasladar un problema, las autoridades no afrontan como debieran el problema de la droga.Hay que coger el toro por los cuernos. Sólo han tratado de eliminar la alarma social alejando los focos marginales. Pero el problema sigue ahí, sólo que un poco más lejos. Este foco de droga pone en evidencia que hay que tomar medidas de otro tipo, entre otras higiénicas y sanitarias'.
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