Imágenes en titanio y óleo
En torno a una polémica y dos polos eléctricos, el italiano Fausto Grossi (Frosione, 1954) muestra sus anodigrafías en titanio en la bilbaína galería Windsor. La mayoría de sus obras parten de serigrafías, que crea sobre modelos fotográficos determinados, por otra parte sumamente convencionales. Luego esas serigrafías se colocan adosadas a planchas de titanio. A continuación, activa dos eléctricos polos que forman la corriente, uno adosado al titanio y otro al pincel. Dispuesto todo, el pincel lo moja con sulfato amónico y de ese modo, por frotamiento y presión quedan impregnadas sobre el titanio aquellas imágenes -las partes elegidas- que desea hacer visiblemente acabadas.
Una vez traspasadas las imágenes al titanio, el artista las lleva a soportes variados. Una de las obras se proyecta bajo el efectismo de un espejo. En otra concibe un tema con gentes en la calle simulando escuchar unas palabras evangélicas, para parodiarlas a su modo con un texto que dice: 'Tomad y comed, esta es mi pasta'. Para dar pábulo a la expresión, aparecen unos sobres con pasta italiana, posados en una peana, que el visitante de la exposición puede llevarse a casa si lo desea y condimentarlo a su gusto. Sorprendentemente, los minúsculos trozos de pasta italiana llevan la imagen -por lo demás muy poco distinguible- del Guggenheim.
Por haber usado esta clase de pasta en alguna anterior ocasión, los abogados del Museo Guggenheim de Bilbao le notificaron al artista italiano -afincado en nuestra ciudad por un espacio de dos de años, que se sepa- la prohibición de utilizar la imagen del edificio de Frank O. Gerhy en las figuras de pasta que fueron 'comercializadas en determinados establecimientos de Bilbao'. El aviso llevaba la fecha del 4 de julio de 2000. Más tarde hubo otras dos cartas, del 28 de julio y 3 de octubre de ese mismo año, recordándole a Fausto Grossi que no habían recibido contestación alguna. Al final, con fecha del 1 de febrero de 2001, y una vez que desde el Guggenheim se comprobó que Grossi había procedido a retirar de los establecimientos las figuras de pasta en litigio, le agradecieron 'la buena disposición mostrada por Ud. en el asunto que nos ocupa'. No sabemos si en esta ocasión los abogados del Guggenheim volverán a notificar al artista italiano la prohibición de utilizar otra vez la imagen del museo bilbaíno.
Sin estar pendiente de litigio alguno en su relación con la ciudad en la que nació, el artista bilbaíno Eduardo G. Villarroel (1970) presenta en la galería Aritza un buen racimo de pinturas que titula El Bilbao soñado. Se trata de cuadros realistas sobre edificios conocidos de la Villa de Don Diego -y de unos cuantos kilómetros más lejos, como por ejemplo el algorteño palacio de Arriluce, de cara al mar-, todo ello trazado con diligente mano. En las cúpulas de algunos edificios introduce estatuas inexistentes en la realidad. Es una manera de subvertir lo meramente obvio.
Aceptable en la reproducción de las piedras y el arbolado, resultan apelmazadas las partes de césped, hasta convertirlo todo en sordo musgo. Utiliza en exceso el color negro. Esos negros valen para edificios deteriorados, como el pabellón industrial de Deusto -el de la espectacular pantera de cemento en los altos-, pero no así en otros edificios. Cuando se excede en los negros se tiene la extraña sensación estar ante cuadros adobados con aceite pasada de rosca.
En la galería Catálogo General (Bilbao, Santamaría, 11) treinta artistas exponen obras de muy reducido tamaño, cuatro, cinco y seis obras cada uno. Sigue la sala el buen empeño por dar juego a nuevos nombres. Nos gustaría verles con obras de mayor calado y dimensión a Olga Ordóñez, Alberto de las Heras, Paola de Miguel, Iban Arroniz, Elena Bagazgoitia y Xana Arias, entre otros; es decir a todos ellos en suma.
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