Después del Mundial de fútbol
Pasados varios días de la finalización del Mundial de fútbol en Corea y Japón, puede ser un momento oportuno para realizar algunas reflexiones sobre todo lo acontecido en este evento deportivo, en el que deporte, espectáculo, publicidad y demás elementos configuran un cúmulo de pasiones, sentimientos, intereses y relaciones sociales que pocas veces alcanzan a tantos millones de personas.
Es evidente que la esfera de lo deportivo es superada por otros intereses, y lo que deberían ser unos encuentros deportivos entre dos selecciones adquiere una trascendencia mucho mayor, donde no se juegan sólo tres puntos por alcanzar la victoria, sino que está en juego el honor de todo un país.
Las aguas deberían volver a su cauce, y si bien es verdad que las victorias deben ser celebradas, lo que resulta desorbitado es que cientos de miles de personas se lancen a las calles para gritar durante horas (en muchos casos durante toda una noche) la victoria de su selección contra el rival correspondiente. De la misma forma, ante una derrota, el sentimiento de tristeza puede desembocar en altercados callejeros, destrozando mobiliario urbano, comercios y demás elementos que se encuentren al paso de estas hordas de aficionados.
Me parece que habría que exigir a los organismos que rigen el fútbol, FIFA, UEFA, etcétera, una mayor responsabilidad en su gestión, teniendo como objetivo el verdadero deporte, es decir, servirse del deporte para unir a las aficiones, en lugar de permitir lo contrario. Desde luego, medios económicos tienen de sobra para conseguir estos objetivos: juego limpio en los equipos, rigor en los arbitrajes, seriedad en los cuadros directos y, por supuesto, demostrar una gestión clara y transparente, sin dejar lugar a dudas de ningún tipo.
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