Niños saharauis
Barajas, cinco de la mañana. Con gran expectación se espera, desde hace cuatro horas, a unos viajeros muy especiales. Estallan los aplausos. Una larga fila de caritas somnolientas avanza en silencio, lentamente, entre emocionadas aclamaciones. Así llegan un año más, de puntillas, sigilosamente, los más de 8.000 niños saharauis que vienen a España de vacaciones. Sus cuerpecitos, su aspecto, su ropa, muestran las huellas de la dura vida que sufren, desde que nacieron, en sus campos de refugiados levantados en pleno desierto, en un lugar infernal, incompatible con la vida, en el que sólo sobreviven gracias a la ayuda exterior y en el que todas las noches sueñan con sus posibles vacaciones en España. Vienen con lo puesto, no traen más equipaje que unos sencillos regalos para las familias que van a acogerlos en sus hogares. Al llegar silenciosos, con su mirada llena de melancolía y esperanza, estos niños nos lanzan un mensaje a todos los españoles: 'Gracias por acordaros de nosotros. Sois nuestra última esperanza, no nos defraudéis. Por favor, seguid ayudándonos, os necesitamos tanto...'. Y en ellos vemos reflejados los enormes sufrimientos de ese pueblo, la infinita nostalgia de los saharauis por la tierra perdida en 1976, cuando tuvieron que huir de ella, abandonándolo todo, para conservar la dignidad. Y pensamos en el sombrío panorama que tienen ante ellos, con sucesivos e indignantes aplazamientos del insustituible referéndum. Cuando este verano alguien vea a alguno de estos niños, no quede indiferente, piense en la durísima vida de sus terribles campos de refugiados; hable con ellos y vea la manera de ayudarlos; lo necesitan tanto...
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