El H. G. Wells más social
H. G. Wells es el novelista más convencido de los valores de la ciencia en una época en que el científico era una figura extraordinariamente pujante en la escala del progreso: la época victoriana. Sus novelas de ciencia-ficción (o como se las quiera llamar) pertenecen al acervo de esa clase de obras llamadas 'de anticipación', que representaban hipotéticas situaciones de futuro conteniendo lecciones para el presente: La guerra de los mundos, La máquina del tiempo, El hombre invisible... son ejemplos claros. Pero, como hombre de su tiempo, Wells es también un autor interesado y comprometido con la realidad social, no sólo con los avances científicos de la época. Amigo de James y Conrad, admirador de Dickens, tendió a acercar su obra literaria a un grado de accesibilidad propio de un cronista y ahí es donde obtuvo su mejor rendimiento, lejos del concepto de literatura de sus amigos. Ann Veronica -escrita en el mismo año que Tono-Bungay, su obra más apreciada en la época, vigorosa exposición de la decadencia de la sociedad inglesa a fines del XIX- pertenece a sus novelas de crítica social y trata el desarrollo de la emancipación de una mujer que exige su derecho a vivir su propia vida, a trabajar y amar según sus propias decisiones.
ANN VERONICA
H. G. Wells. Traducción de Roberto Schjaer Martín El Aleph. Barcelona, 2002 320 páginas. 18 euros
Wells escribió para plasmar
los movimientos más enérgicos e innovadores de su tiempo y, naturalmente, el problema de los derechos de la mujer, el sufragismo y la libertad de relación amorosa estaban entre ellos. La novela comienza con un encontronazo que concluye en separación entre un padre y la única hija que queda en el hogar. Un padre que no puede asumir que su hijita se ha convertido en su hija y al que no le cabe la menor duda de que ella es una propiedad suya que ha de gobernar al menos hasta que contraiga matrimonio con un hombre como él. Es persona de clase media razonablemente acomodada que nunca se sentirá un héroe, sino un hombre de rectas costumbres ('los héroes jamás tenían hijas: se las quitaban a otros', piensa) que sólo actúa 'por el bien' de su hija. Un choque clásico al que el lector se incorpora de inmediato.
Como toda novela de denuncia y defensa de unas ideas, la heroína irá pasando por los sucesivos estados de formación hasta dotar de experiencia a sus convicciones de realidad práctica y despojarlas de ingenuidad entusiasta. Es, pues, una novela catártica a la vez que de formación. Fabianos, tolstoianos, sufragistas, científicos -ella estudia biología, la gran pasión de Wells, que fue discípulo de T. H. Huxley- y un abanico suficiente de hombres-tipo (al adorador, el maduro libidinoso, el profesor fascinante, el amigo, el padre...) van pasando simultáneamente por su juventud hasta desembocar en una relación que se corresponde con sus deseos.
La novela es sencilla, ingeniosa y programática; pero de nuevo el peso de la tradición narrativa anglosajona viene en auxilio del autor. Su novedad no reside en la escritura, sino en el contenido, como sucede con las obras que retratan una época, pero es en el retrato donde se aprecia el peso de esa tradición. Las descripciones de personajes y vida de la época son siempre atractivas y brillantes; además, construye al personaje central y a varios de sus personajes adyacentes de una manera bien clásica: primero los presenta en su papel, positivo o negativo, y a medida que los va desarrollando, va matizando esta primera impresión hasta lograr unas presencias mucho más acabadas. Esa Ann Veronica que lo único que siente es 'un gran y difuso impulso hacia el cambio' acaba siendo una mujer más interesante y compleja de lo que promete su papel de reivindicadora prefeminista. Es un personaje muy bien trazado, resuelto con verdadera gracia y que contiene verdades y actitudes que hoy podemos perfectamente reconocer.
La mirada crítica de Wells es irónica, es afilada, sabe ordenar lo que ve de manera convincente, pero no es demoledora, lo mismo que el tono general de la novela. Hay escenas muy notables (la encerrona del viejo libidinoso en un apartado y no digamos la escena en el palco del teatro con el mismo, realmente memorable por su excelente ritmo interno) donde la viveza es más importante que la tensión dramática. Cuando Ann Veronica concluye que 'creía estar en contra de mi padre y lo que estoy es en contra del orden de las cosas', la novela se cierra sobre su propósito y sobre sí misma. Una lectura sumamente placentera y eficaz sobre un problema que sigue siendo de total actualidad.
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