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Entrevista:Alberto Ruy Sánchez

'Hay que pensar en la cultura con más promiscuidad'

En Los jardines secretos de Mogador, Alberto Ruy Sánchez ha escrito un libro sin género. O con todos ellos: cuento, ensayo, crónica, poema... Nacido en Ciudad de México en 1951, formado en Francia con Roland Barthes y Gilles Deleuze y asiduo de Marruecos, Ruy Sánchez no se considera un autor de libros aislados, sino de una obra que se va haciendo a lo largo de toda una vida: 'Y así, claro, la vida se va metiendo en la obra'. Guiados por los mil y un relatos de un amante, asistimos a un recorrido por jardines imaginarios nacidos de jardines reales. De los delirantes de Pedro el Grande en Petrogrado hasta el Valle Sagrado de Perú, Ruy visitó hasta 500 jardines para construir su Mogador.

PREGUNTA. Gilles Clément dice, en una frase que usted recoge, que viajar nutre a un jardinero más que un tratado de jardinería. ¿Y a un escritor?

RESPUESTA. Clément escribió un libro para mí decisivo: El jardín planetario. De él surgió una exposición muy celebrada en Francia, que mostraba la diversidad con que los hombres se enfrentan a la naturaleza. Como al amor.

P. ¿Y a la literatura?

R. Estos jardines son de todas partes. Todos tienen una referencia real. Ésa fue una de las diferencias con, por ejemplo, Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, que, además están todas contadas en el mismo registro. Estos jardines están contados cada uno en un registro diferente. Ahí está su riqueza, en la variedad de lo mismo. Quería, además, que se pudiera seguir la traza. Casi se podría hacer un mapa del mundo. Y del deseo en el mundo.

P. ¿Y del tiempo? ¿No es un factor decisivo en un jardín?

R. El jardín es algo que tiene que hacerse mucho más allá de nosotros mismos. El tiempo es un factor fundamental porque las plantas están vivas. Detrás de este libro hay una lección que me dio mi padre cuando fuimos a vivir a Baja California, en el norte de México, al desierto de Sonora. Llovió después de 12 años y crecieron unas flores de pétalos muy frágiles. Cuando dejó de llover y salió el sol, se quemaron. Yo quise ponerles un techo, pero mi padre me dijo: 'Están cumpliendo su ciclo. Mueren ahora pero en realidad se están reproduciendo. De cada flor surgen semillas que germinarán cuando vuelva a llover, quizá dentro de diez años'. No recordé esta escena hasta que estuve en un oasis en Marruecos. Allí encontré no sólo otra forma de México, sino también una parte de mi infancia.

P. Todo es diverso, pero todo se parece mucho ¿no? Marte y el río Tinto, México y Marruecos.

R. Algo intrínseco al viaje es la posibilidad de la sorpresa, de encontrarse con lo que es radicalmente extraño y radicalmente parecido. Entre el parecido y la extrañeza surge la poesía. En un viaje a Marruecos se veía a lo lejos un grupo de árboles. En las ramas había unos animales que yo pensaba que eran buitres, zopilotes. Al acercarnos vi que eran cabras. Me volví al marroquí que iba a mi lado en la camioneta y se lo dije. Él contestó: 'Bonitos árboles'. Yo insistí: 'No, las cabras'. Y él: 'Claro, las cabras siempre están en los árboles'. La labor del escritor es encontrar en lo cotidiano lo excepcional.

P. ¿Mirarlo todo con ojos de extranjero?

R. Yo soy de una familia inmigrante en la ciudad de México. Y México es muchos países. Me siento un poco de todas partes. Una persona de un solo libro tiene problemas. Lo mismo va a pasar con la gente de una sola cultura. Como dice Amin Maalouf en Identidades asesinas, las identidades se suman, no se pierden. Hay que empezar a pensar en la cultura con más promiscuidad.

P. La cultura es la que en su obra relaciona lo erótico con el jardín. Si el erotismo es sexo pasado por la cultura, el jardín es naturaleza cultivada.

R. La cultura marca la diversidad no sólo de los jardines, sino de la humanidad y de la manera en la que se piensa el amor. Yo hablo del jardín en el sentido literal y en el sentido figurado del espacio de privilegio creado por el deseo de algunas personas. Cuando en mi libro Jassiba impone a su amante el reto de descubrir los jardines, le está pidiendo que aprenda a descifrar los deseos de los demás.

P. El suyo es un libro extraño a la tradición occidental. Incluye caligrafías y fotografías y mezcla géneros.

R. En todos mis libros hay, no un cuestionamiento del género, sino una actitud previa a pensar en escribir con géneros. Cuando escribes tienes que decir lo que tienes que decir. No te preocupas de si será un poema o un relato. Yo he hecho los libros que he necesitado hacer sin pensar en lo que los editores van a hacer. Los lectores no se preocupan por esas cosas. Si los libros dicen algo, son eso: objetos mágicos que dicen cosas sin importar el género. El problema es cómo haces que eso que tiene una forma extraña sea una obra armónica.

P. Alberto Manguel dice que en Occidente hemos desterrado el cuerpo. ¿Tiene esa sensación?

R. Yo no lo pienso en términos muy apocalípticos, pero tengo la sensación de que la literatura erótica ha decidido describirlo de una sola manera, en el registro realista, naturalista. Las escenas son siempre de escenificaciones externas. Y es curioso cómo el arte configura la percepción de la gente, que se acostumbra a pensar en lo erótico como algo externo. Solamente pensándolo desde fuera se puede convertir en algo mecánico. Cuando uno hace el amor hay un vaivén entre las sensaciones de la materia externa y el delirio interno. ¿Por qué no somos cada vez más atentos a ese sueño irrepetible que es lo que sucede cuando hacemos el amor? Hacer caso a ese delirio nos lleva a subvertir el registro narrativo realista.

Alberto Ruy Sánchez (1951) también es poeta y ensayista.
Alberto Ruy Sánchez (1951) también es poeta y ensayista.CLAUDIO ÁLVAREZ

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