Libros de autoayuda
El psiquiatra español Luis Rojas Marcos dijo una vez que en este milenio la gente vivirá más y será más inteligente y feliz y de todo. Que yo sepa, no precisó el año ni la década ni el siglo; eso es futurismo de fondo. Rojas Marcos ha sido durante largos años director de los hospitales neoyorquinos para la salud mental, con lo que quiero decir que sabe de qué va este asunto de la armonía y el equilibrio internos; sabe Luis Rojas de la felicidad y del bienestar del alma tanto como de sus polos opuestos, llámense estrés negativo, depresión o ganas de pegarse un tiro o de pegárselo a un prójimo. Sabrá también, se supone, de la transición de un estado a otro, pues los seres felices no surgen de golpe y porrazo, y si lo hicieran, no estarían cualificados para sacar del pozo a un deprimido en fase de 'estupor melancólico' ni en menos honda fase; aunque puedo estar naufragando en la hipótesis, lo admito de buena gana. En mi tierra te sueltan 'tú que sabes de hijos si no has parido nunca' y esta sentencia me impresionó de chico. Brevísima digresión: las mismas palabras, en el mismo idioma (en este caso el valenciano) no son percibidas con idéntico sentimiento aquí que un poco más allá. Es innegable que el nacionalismo psicológico tiene fundamento. El problema surge si hacemos de la parte (las percepciones) el todo del individuo y de la sociedad. Sólo en sentido lato toda la literatura es poesía.
Rojas Marcos dice cosas sacadas de Trotski, aunque supongo que por razones distintas e incluso contrarias; el primero comulgaba con el optimismo que fue de la izquierda y el segundo comulga con el de la derecha, que fue pesimista pero que ya no necesita serlo porque ha ganado la guerra. Los papeles se han invertido y los vencedores nos quieren felices según su modo de ver la felicidad, que, para dicha suya, siempre coincide con sus intereses económicos. Volviendo. Escribió Trotski que, con el advenimiento de la sociedad sin clases y sin gobiernos, los seres humanos serían, entre otras cosas, más altos. Rojas Marcos se apunta y profetiza una estatura como la de Michael Jordan. Perplejo ante lo que parece una trivialidad, y encima inexacta, la cito de todos modos por si el lector está más avisado que yo. Aunque según Grisolía, no sabemos si medir dos o más metros nos favorece bioenergéticamente o por el contrario nos entorpece. Chinos y japoneses aún son más bajitos que los nórdicos y no les contentará esta genialidad con tufo racista.
Eso nos hace recordar la banalización de las ciencias humanas que hoy se agrupan en buena parte en las estanterías de librerías y supermercados. Libros de autoayuda, son llamados. Ya no hay enfermedad del cuerpo ni sobre todo del alma que se resista. Por el módico precio de unos 15 euros, usted puede resolver asuntos tan vidriosos como la crisis de la relación con su cónyuge y problemas sexuales derivados, cuando los hubiere, que es con harta frecuencia. Llámese Durkheim, llámese Freud, llámese Havelock Ellis, llámese Jean Piaget, todo queda reducido a una papilla digerible por casi todos los estómagos: Master and Johnson, más algunas feministas de cuyo nombre no quiero acordarme, más algunos educadores de cuyo nombre también me acuerdo demasiado. Pautas de conducta para todos y para todo. Sabrá usted cómo comportarse en el trabajo, cómo tener unas relaciones sociales satisfactorias, cómo gozar de sus vacaciones, cómo obtener para su cuerpo las vitaminas, minerales y aminoácidos necesarios, cómo soportar la enfermedad de sus familiares más íntimos y la suya propia, cómo comportarse con su mujer dentro y fuera de la cama, cómo... Todo en positifo, nada en negatifo, como le gustaría a Van Gaal. Una señora dice que cuando hace eso con su marido, a veces piensa en el jefe, a veces en algún actor o cantante, pero otras veces no hay tercero en discordia. Esto último es lo que vale, aquí no pasa nada, la tranquiliza el manual de autoayuda. Nada que no tenga arreglo, se entiende. Un viaje como de novios, variaciones en el lecho, una aventura gastronómica, etcétera. Así se rompe con la rutina y se reaviva la llama. Qué farsa. Fuegos de artificio para mantener momentáneamente viva una llama que está en inexorable vía de extinción cuando no ya extinta. Difícilmente la señora leerá la verdad cruda: está siendo desleal por partida doble, porque lo hace con el marido pensando en otro y porque le utiliza a él como muñeco hinchable. Sincérese esta señora, pues estultificado como está su cónyuge por la cultura de masas igual le suelta ecuánimemente que él suele pensar en Julia Roberts, cuando no en Sandra Bullock. Divertido. ¿A quién se lo dedicas hoy? Yo, a fulano. Pues yo, a fulana. Naturalmente, no todo el mundo es tan acomodaticio, en cuyo caso, salga el sol por Antequera, pero en cosas así no se juega con cartas marcadas; por moral y porque a la larga el fraude, sintomático de desamor, se cobra un precio oneroso. Es preferible medir más de dos metros, que ahí no hay trampa ni cartón.
Psicología, sociología, historia, filosofía, incluso la medicina son susceptibles de popularización, luego se popularizan, pues nada escapa a la colambre y hambre del mercado. Si a Freud no le hubieran arruinado (aunque algo queda) sus grandes discípulos y sucesores, de tumbarle a él y a los de su talla se habría encargado el kitsch psicológico de las revistas y de los libros de autoayuda. Así como de volver histérica a la gente se encarga la divulgación frívola (que es casi toda) de las prácticas convenientes para la salud del cuerpo. (He llegado a ver un librito de medicina ortodoxa titulado Cómo curar la diabetes, enfermedad que aún no tiene cura). Toda esa basura tiene algo en común: está escrita desde la plena aceptación de lo existente incluso cuando bordea el pesimismo. Pero aún entonces... La muerte de un niño no tiene arreglo... para el niño, que a los padres se les puede hacer llevadera e incluso resultar constructiva la desgracia si bla, bla, bla. (En este orden de cosas: en los años más duros de la dictadura publiqué la foto de una gitanilla ahogada en una acequia y por poco no dí con mis huesos en la cárcel).
Dice Rojas Marcos que el estrés causado por los largos horarios, las prisas y el hacer muchas cosas a la vez, es estimulante y, por lo tanto, saludable. Bienaventurados los ejecutivos porque no sabrán de úlceras, de infartos, de ictus, de hipertensión. Ni de nada.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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