La oreja del manso
La tarde transcurría entre el tedio, el desengaño y la desilusión. Los toros de Cuvillo, ganadería preferida de las figuras, iban componiendo, uno tras otro, un desfile de inválidos que no se tenían en pie. Lo mismo daba que se les masacrara con saña desde el caballo -tal como consintió Finito de Córdoba con el primero- como que se les simulara la suerte de varas, como sudedió en los demás. Daba lo mismo, los de Cuvillo, almas en pena, dieron un triste espectáculo. Parece que no fue una casualidad el desastre de la Beneficencia.
Al desaguisado contribuyó el presidente no devolviendo toros al corral hasta que saltó el quinto, un precioso toro ensabanado, pero inválido integral. Y aquí se transformó la tarde entera. Por el devuelto de Cuvillo saltó al ruedo el primer sobrero, de Hierbabuena, un toro serio, vareado de carnes, manso de remate. A primera vista, un regalo. Pero hete aquí que Morante de la Puebla, la gran esperanza de la Sevilla poscurrista, vino a Barcelona con el traje de faena y se dispuso cortar la oreja a un toro manso. Tras las primeras huidas del toro, el de La Puebla se dobló templada y toreramente, largó tela, le consintió, le sobó con arte y enseñó al animal a embestir. He aquí el intríngulis de la faena y de la tarde entera. El toro acabó sacando el fondo de nobleza de la ganadería brava de Hierbabuena. Con el enemigo entregado, Morante se entretuvo en torear largo y hondo por los dos pitones. La faena tuvo intensidad por fe de Morante en el triunfo, y también la belleza del buen toreo que atesora el sevillano. Le cortó la oreja al manso, pero, de no pinchar antes de la estocada, Morante triunfa a lo grande.
N. del Cuvillo / Finito, Morante, Abellán
4 Toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados, muy blandos, de pésimo juego excepto el primero. 2 sobreros de Yerbabuena, 5º, manso y noble, 6º manso. Finito de Córdoba: división de opiniones tras aviso; y silencio. Morante de la Puebla: silencio y oreja. Miguel Abellán: silencio y silencio Monumental de Barcelona, 7 de Julio. Un tercio de entrada.
Lo demás, para olvidar. Morante hubo de abreviar con el inválido segundo. Finito de Córdoba, con el mejor toro de la tarde, no paró de destorear desde que se abrió de capa. Mandó masacrar a este primero en el caballo y la faena fue un constante movimiento de piernas del de Sabadell. El toro, blandito y noble, iba y venía sin malas intenciones. Finito no trajo a Barcelona intenciones de ningún tipo. Al cuarto, ni verle quiso. Quién le ha visto y quién le ve a este torero. Será que ahora, montado en el circo de los taurinos, tiene la temporada hecha de hace meses.
Miguel Abellán, muy dispuesto toda la tarde, no tuvo toros para lucir. Puso, eso sí, voluntad en grandes dosis.
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