Hewitt completa un año de ensueño
El número uno del mundo conquista una victoria prohibida para un australiano desde hace 15 años
Aunque es excesivamente expresivo mientras juega, Lleyton Hewitt no hizo nada llamativo al conseguir el triunfo más soñado de su vida. Cuando el último drive del argentino David Nalbandián salió de los límites de la pista central, el australiano, de 21 años, se dejó caer en el suelo, de espaldas, y mostró un aspecto aniñado y feliz, más propio de su edad que de un tenista que acabara de ganar su segundo título del Grand Slam. Hewitt superó a Nalbandián, de 20 años, por 6-1, 6-3, 6-2 en 1 hora y 56 minutos, y cuadró un año de ensueño: campeón en el Open de Estados Unidos el pasado septiembre, ganador del Masters en Sydney y número uno del mundo en diciembre, y vencedor ayer en la catedral.
'Me siento increíble', explicó, tras recibir el trofeo que le acreditaba como campeón y el talón de 840.000 euros. 'He crecido soñando con este momento. Vi a Pat Cash ganar aquí hace 15 años y me parece imposible lo que estoy viviendo'. Para cualquier australiano, levantar la copa en Wimbledon es lo más grande que le puede ocurrir. Más que imponerse en Australia, Roland Garros o en Estados Unidos, el torneo con el que sueñan desde pequeños es éste. Formaron parte de la Commowealt y vivieron contaminados por los mismos aciertos, vicios e intereses de la metrópoli. Hewitt es el duodécimo australiano que gana en Wimbledon. Australia parece haber hallado en Hewitt a su mejor representante, al tenista capaz de entroncar con unos nombres de leyenda que llenaron páginas imborrables del torneo londinense y del tenis mundial. Pat Cash, el último ganador en Wimbledon, ya no formó parte de aquella generación. Pero cualquier aficionado recuerda el juego de Rod Laver, que completó dos Grand Slam, John Newcombe, Lew Hoad, Neale Fraser o Roy Emerson. Hewitt no juega como ellos. Es un tenista que prefiere mantenerse en el fondo de la pista, desde donde va desbordando a sus rivales con sus golpes profundos y potentes tanto de drive como de revés. Sin embargo, donde mejor juega es en superficies rápidas, porque tiene un gran saque y no renuncia a cerrar las jugadas en la red. Su excelente condición física le permite resolver los peloteos cuando se alargan como ayer. Es un tenista completo, como corresponde a un número uno. Y su confianza le convierte en prácticamente imbatible.
En Wimbledon se sintió este año especialmente cómodo, puesto que la hierba, cambiada hace tres años y algo más lenta, le permitió jugar como quería: buscando el resto y ganando los puntos por estrategia. Él y Nalbandián realizaron una final más propia de Roland Garros que de Wimbledon. Pareció un partido de tierra batida. Y el argentino se sintió cómodo incluso cuando Hewitt, tras la primera interrupción por la lluvia -6-1 y 1-0- perdió sus esquemas y se puso a devolver bolas. Hubo una razón para ello. Cuando tras 11 minutos de parón regresaron a la central, un espontáneo saltó a la pista y se desnudó, montando un espectáculo similar al provocado por una camarera que atravesó desnuda la pista en 1996, mientras Krajicek y Washington la miraban atónitos. Ayer, el protagonista fue Mark Roberts, el mismo que hace dos años saltó desnudo a una pista secundaria en la que jugaba Kurnikova y que ha sido detenido por actos similares 197 veces. Puede que aquello descentrara a Hewitt que perdió ahí su primer servicio. Pero fue sólo una alucinación. Tras otra suspensión (4-3 y 30-30), el australiano cerró la segunda manga y encaró la tercera. 'Me gustaría que fueras británico, Lleyton', le gritó un aficionado desde la grada. Tal vez fuera la única manera de que por fin el título se quedara en casa.
África, el último reto de la familia Williams
Habitualmente callada y poco dada a las entrevistas, Oracene Williams, la madre de Venus y Serena, rompió ayer su silencio para tachar de ofensivas, ridículas e injustas las acusaciones vertidas por la francesa Amelie Mauresmo y por varios medios de comunicación en el sentido de que sus dos hijas amañaban las finales que disputaban entre ellas. 'Es como si alguien pensara que pueden hacer apuestas sobre ello. Pensar así es dar un paso atrás, regresar a la mentalidad de los esclavos', matizó. 'Son hermanas, se respetan y, muchas veces, reaccionan como seres humanos. Para ellas es duro enfrentarse. Y creo que para Venus va a resultar difícil mantener su estatus de hermana mayor, puesto que Serena es más joven y está hambrienta por ganar'.
Sin embargo, lo más interesante que argumentó la madre de las Williams fue el objetivo inmediato que se ha planteado la familia: promocionar el tenis en África. 'Los únicos africanos', asegura Oracene en una entrevista realizada por el diario The Independent, 'que pueden jugar al tenis son los que están viviendo en Estados Unidos y van a la escuela. Y aún así, la mayoría de ellos son ya demasiado mayores cuando comienzan a jugar bien. Hace falta mucha determinación y coraje para salir adelante si se llega tarde'.
Oracene, convencida de la importante aportación que sus hijas pueden hacer en África, iniciará este mismo verano una gira por Suráfrica, Ghana y Senegal con la intención de buscar una fundación en la que sus hijas puedan jugar a finales de año, cuando la temporada haya concluido. 'Ellas son afroamericanas y deben sentirse orgullosas de eso', afirma Oracene. 'Quiero que ellas sepan quiénes son y de dónde proceden. Por eso siempre he querido que se pusieran collares y adornos en el pelo, porque es una forma de identificarse con sus antepasados'.
El objetivo de la familia Williams no es sólo promocionar el tenis en un lugar olvidado por todos los países que lo colonizaron, sino también elevar la autoestima de las mujeres africanas. 'Allí', prosigue Oracene Williams, 'ni siquiera se las considera. Los africanos tienen las mismas barreras con las que nos encontramos nosotros en Estados Unidos. No procedemos de un vecindario rico. Nunca nos han regalado nada. Por eso mis hijas y yo misma estamos tan ilusionadas. Será maravilloso ir a África y desarrollar una labor como la que hizo allí Mohamed Ali. Sé que hay personas que se sienten mejor gracias a lo que están logrando mis hijas. Varias mujeres me han dicho que han ganado confianza en sí mismas'.
El discurso de Oracene encontró ayer una nueva respuesta en la final de dobles, donde Venus y Serena se impusieron a la española Virginia Ruano y a la argentina Paola Suárez. Serena ganó el sábado su tercer título del Grand Slam al imponerse a Venus en la final individual de Wimbledon, tal como ya había ocurrido hace sólo un mes en Roland Garros. Entre las dos atesoran ya siete títulos del Grand Slam. Serena es la número uno y Venus la dos del mundo. Y el futuro parece suyo. En estos momentos, constituyen el mejor elemento promocional de la cultura afroamericana y, por descontado, son los iconos que necesita su madre, Oracene, para lograr sus objetivos en África.
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