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Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

078902630RH+

Y de repente esto vuelve como un vómito, la misma náusea, el mismo malestar, el mismo asco. El prisionero sin piernas que se amarraba al guardabarros del barreminas y gritaba todo el tiempo. El cuartel de la Pide con los prisioneros dentro, mientras la mujer del inspector les aplicaba descargas eléctricas en los testículos. El alférez que durante un ataque salió de la caserna con un colchón sobre la cabeza, cagándose literalmente de miedo. El primer muerto, un conductor al que llamábamos Macaco. Elegíamos nuestros propios ataúdes en el almacén: sigo acordándome del mío. Había que colocar la medalla que llevábamos al cuello, con el número mecanográfico y el grupo sanguíneo

la mía 078902630RH+

No soy escritor ahora: soy un oficial del ejército portugués. ¿No habré sido un criminal por haber participado en esto?

en la madera. Los pelotones de regreso del monte, muertos de cansancio. El helicóptero

-Atención, blanco, atención, blanco

de los heridos. Mi pregunta constante

-¿Por qué?

el ruido del maíz, por la noche, contra el alambre. El que apuntaba la ametralladora, herido en el cuello, que seguía disparando. Nuestros morteros 70 contra los morteros 120 del MPLA. Melo Antunes comunicaba que habíamos hecho prisioneros a unos viejos, una mujer embarazada

el Pide daba un puntapié en la barriga de la mujer embarazada, Melo Antunes lo apuntaba con la pistola y le ordenaba que se marchase, el Pide lo amenazaba, el general furioso con Melo Antunes. Como perdíamos muchas camionetas con las minas, la orden

-Las Mercedes valen oro, que los hombres le den al pico

y, abriéndose paso con los picos, las minas antipersonales arrancaban las piernas a los soldados. Les ponía torniquetes y acababan en el Luso con embolias tremendas. Esto vuelve como un vómito y tengo que hablar de esto. Y vosotros tenéis que oír, porque yo sigo oyendo. En nombre de Pereira, de Carpintero, de los otros que perdimos. Vosotros tenéis que oír. Aunque yo escriba esto mal porque estoy escribiendo con la sangre de mis muertos. No puedo olvidar. No consigo olvidar. Yo, el 078902630RH+, no consigo olvidar. Porque el día en que olvide merezco que alguien coloque mi medalla en el primer ataúd. Escribo mal porque estoy escribiendo con el dedo en la tierra. No es una crónica, no es ya un vómito, son lugares comunes acaso, pero no importa. Yo estuve allí. Yo vi. No pretendo hacer arte, disponer con primor cosas bonitas. No soy escritor ahora: soy un oficial del ejército portugués. ¿No habré sido un criminal por haber participado en esto? ¿No fue por cobardía que participé en esto? Melo Antunes

-A veces me apetecía morir

¿y no habremos muerto realmente por haber participado, Ernesto? ¿Por qué? Melo Antunes

-Esto me parece un error cada vez más espantoso

y a mí no me parecía nada, sólo quería durar. Comíamos mierda, bebíamos el agua podrida de los filtros. Yo comí. Yo bebí. Después de un ataque encontré una gorra del MPLA en aquello que llamábamos pomposamente la pista de aviación. Una gorra del MPLA con un emblema de metal. Lo pegué en mi uniforme de camuflaje. El francotirador rubio

casi no se veía el hueco de la bala en la cabeza

que ordené que llevasen a la enfermería

el barracón que llamábamos enfermería

y no quiso que lo levantasen del suelo. Se queda aquí. No soy capaz de releer esto. Hay momentos en que olvido, casi olvido. Casi olvido porque no olvido nunca. Combates oídos por la radio, a pocos kilómetros de nosotros. Una emboscada y los pedidos de ayuda. Lourenço, el camillero, con sus propias tripas en las manos. La hija que me nació durante este horror, mi hija.

Tal vez cosas así no queden bien en un periódico. Un día, en el poblado, me metí en la choza de una mujer. Me acosté a su lado sin tocarla, furioso conmigo mismo, con un niño que dormía entreverado por ahí con gallinas raquíticas. Digo esto y parece que la pluma atraviesa el papel. Nos tiraban comida desde el avión y se la disputábamos a los perros. La mierda esa que comíamos. Batallón 3835, división Fuerza y Audacia. El sorteo de quién conduciría la camioneta barreminas. Uno de ellos se despidió de mí porque creía que no nos volveríamos a ver. Las cajas de cartón pardusco de las raciones de combate. Ninda. Chiúme. Cessa. Mussuma. Éramos tan miserables, tan desvalidos, nos sentíamos tan solos que casi nos daban envidia los amputados. El corazón que latía muy deprisa y la paz de cuando comenzaban los tiros. La carta de mi madre que anunciaba el nacimiento de mi hija: no sé de ti desde hace un mes y medio. Dicho así parece idiota, de mal gusto, pero tuve sangre de mis camaradas en las manos, en los brazos, en la camisa. Sangre. Sangrecita. No exactamente roja sino más oscura. No conocí a ningún héroe. Conocí a pobres hombres, ni siquiera hombres

nos considerábamos hombres en germen. La literatura que se joda

disculpadme

la escritura que se joda

os pido de nuevo disculpas. Ahora, lo prometo, me voy a lavar las manos y me pondré a escribir de nuevo cosas como es debido. Pero a ver, por favor, si comprendéis: de repente esto vuelve como un vómito. Y me da asco ser gente. En mi interior no soy más que un prisionero sin piernas que, amarrado al guardabarros del barreminas, grita todo el tiempo. Si salgo volando con la camioneta barreminas que quede, al menos, el eco de mi grito. Completad esta crónica, vosotros, los que seguís aquí. 078902630RH+. Hija.

Traducción de Mario Merlino.

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