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Columna
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Piedras

Dice Italo Calvino que 'una ciudad está hecha de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado'. Historia escrita, vivida y edificada que 'no se cuenta, sino que está contenida como en las líneas de la mano'. Tan natural y tan íntima, tan viva y real en muchos lugares y detalles.

Igual puede ocurrir con una edificación en cuyas viejas piedras se investigue como entre los documentos de un archivo, hasta conseguir alcanzar la vida y el alma que hubo en ellas. Si además existen datos de quienes la ocuparon, entonces puede salir a la luz un trozo de realidad histórica tan interesante como apasionante para un arquitecto.

He sido testigo de ello a lo largo de la restauración de una hacienda de olivar que ha llevado a cabo María Cruz Aguilar: la Hacienda de los Molinos de Maestre.

Cada indicio de decoración o de dibujo, cada rincón oscuro descubierto se celebraba como una futura promesa. Futura porque, durante días o semanas, la doctora Aguilar lo miraba y remiraba sin tocarlo, esperando el momento en el que le encontrara su lugar y su utilidad en la historia que iba construyendo piedra a piedra.

Algunas causalidades contribuyeron a hacerlo posible, como el hecho de que la hacienda pertenezca a la misma familia desde 1624 y que fueran apareciendo documentos en los que se apreciaba la manera de hacer y de vivir de quienes por allí pasaron; sus costumbres y necesidades, las soluciones arquitectónicas de las que se sirvieron, el trabajo de los alarifes, la estética, la cultura, la economía, las ideas religiosas, la evolución y eficiencia en la arquitectura.

No es sólo el placer de la creación, sino el buscar, encontrar, interpretar y ejecutar a medida y tal como lo va pidiendo la edificación; lavando, curando, ordenando y devolviendo a las piedras, adobe o ladrillos, la vida. Los criticamos mucho, pero también admiramos a los arquitectos. La suerte que tienen es el poder disfrutar tanto con su trabajo.

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