Granada desembovedada
Entre las singularidades de Granada, la de haber enterrado su mínimo río no es la menos curiosa. El Darro nace al noreste de la ciudad y sólo recorre diecisiete kilómetros, entre lozanas huertas y praderas, antes de ser engullido por el túnel que, arrancando al lado de la iglesia de Santa Ana, lo conduce debajo de las calles granadinas hasta su cercana confluencia con el Genil. 'Yo conozco muchas ciudades atravesadas por ríos grandes y pequeños -escribió el malogrado Ángel Ganivet en Granada la bella (1896)-: desde el Sena, el Támesis y el Spree hasta el humilde y sediento Manzanares; pero no he visto ríos cubiertos como nuestro aurífero Darro y afirmo que el que concibió la idea de embovedarlo la concibió de noche, en una noche funesta para nuestra ciudad'.
'Aurífero': el río, efectivamente, arrastra granos del precioso metal, por lo cual en siglos anteriores se conocía también como Dauro. Hay que añadir que, debido a los hábitos poco salubres de la ciudadanía de entonces, la palabra Darro se fue convirtiendo poco a poco en sinónimo de cloaca o alcantarilla, uso todavía en vigor entre los granadinos.
La razón principal de la empresa de embovedar el río, iniciada en 1854 y sólo culminada poco después de la Guerra Civil, fue que el Darro, normalmente pacífico, solía convertirse en fiera cuando se producían lluvias torrenciales valle arriba, ocasionando entonces considerables destrozos. Una copla antaño muy conocida en la ciudad -la recogieron Richard Ford y Théophile Gautier, entre otros ilustres visitantes decimonónicos- inmortalizaba la devastadora avenida de 1835:
Darro tiene prometido / el casarse con Genil / y le ha de llevar en dote / Plaza Nueva y Zacatín.
Pese a su bóveda el río le proporcionó todavía un susto a Granada en 1951 cuando, a raíz de una pavorosa tormenta, el túnel se atrancó con barro y árboles descuajados, y el agua, subiendo con irresistible fuerza, rompió el techo de su cárcel en Puerta Real y arremetió furiosa contra vecinas calles y propiedades.
Todo ello lo recordaba esta mañana, hermosa y dominguera, mientras íbamos camino del mercadillo de San Pedro, en el paseo de los Tristes. El centro estaba cerrado al tráfico y pudimos llegar a Plaza Nueva andando en medio de la calle, con el río -invisible, inaudible, olvidado- debajo de los pies. Luego, al alcanzar la Carrera del Darro -la calle más pintoresca de Europa- tuvimos otra vez la evidencia de lo que Granada ha perdido al ocultar su río. El agua corría limpia, la vegetación lujuriaba, volaban mariposas, una lavandera picoteaba debajo del puente del Cadí. Y allí arriba, dominándolo todo, la Alhambra, apenas exagerada en los grabados de David Roberts.
¿Decidirá Granada recuperar un día su río, por lo menos entre Plaza Nueva y Puerta Real? Sacar el Darro de su lóbrego túnel sería el mejor tributo posible al autor de Granada la bella. Pero haría falta una filosofía peatonal, un nuevo plan de tráfico, un esfuerzo comunitario descomunal... Será difícil que lo veamos. Qué pena.
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