_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Granada desembovedada

Entre las singularidades de Granada, la de haber enterrado su mínimo río no es la menos curiosa. El Darro nace al noreste de la ciudad y sólo recorre diecisiete kilómetros, entre lozanas huertas y praderas, antes de ser engullido por el túnel que, arrancando al lado de la iglesia de Santa Ana, lo conduce debajo de las calles granadinas hasta su cercana confluencia con el Genil. 'Yo conozco muchas ciudades atravesadas por ríos grandes y pequeños -escribió el malogrado Ángel Ganivet en Granada la bella (1896)-: desde el Sena, el Támesis y el Spree hasta el humilde y sediento Manzanares; pero no he visto ríos cubiertos como nuestro aurífero Darro y afirmo que el que concibió la idea de embovedarlo la concibió de noche, en una noche funesta para nuestra ciudad'.

'Aurífero': el río, efectivamente, arrastra granos del precioso metal, por lo cual en siglos anteriores se conocía también como Dauro. Hay que añadir que, debido a los hábitos poco salubres de la ciudadanía de entonces, la palabra Darro se fue convirtiendo poco a poco en sinónimo de cloaca o alcantarilla, uso todavía en vigor entre los granadinos.

La razón principal de la empresa de embovedar el río, iniciada en 1854 y sólo culminada poco después de la Guerra Civil, fue que el Darro, normalmente pacífico, solía convertirse en fiera cuando se producían lluvias torrenciales valle arriba, ocasionando entonces considerables destrozos. Una copla antaño muy conocida en la ciudad -la recogieron Richard Ford y Théophile Gautier, entre otros ilustres visitantes decimonónicos- inmortalizaba la devastadora avenida de 1835:

Darro tiene prometido / el casarse con Genil / y le ha de llevar en dote / Plaza Nueva y Zacatín.

Pese a su bóveda el río le proporcionó todavía un susto a Granada en 1951 cuando, a raíz de una pavorosa tormenta, el túnel se atrancó con barro y árboles descuajados, y el agua, subiendo con irresistible fuerza, rompió el techo de su cárcel en Puerta Real y arremetió furiosa contra vecinas calles y propiedades.

Todo ello lo recordaba esta mañana, hermosa y dominguera, mientras íbamos camino del mercadillo de San Pedro, en el paseo de los Tristes. El centro estaba cerrado al tráfico y pudimos llegar a Plaza Nueva andando en medio de la calle, con el río -invisible, inaudible, olvidado- debajo de los pies. Luego, al alcanzar la Carrera del Darro -la calle más pintoresca de Europa- tuvimos otra vez la evidencia de lo que Granada ha perdido al ocultar su río. El agua corría limpia, la vegetación lujuriaba, volaban mariposas, una lavandera picoteaba debajo del puente del Cadí. Y allí arriba, dominándolo todo, la Alhambra, apenas exagerada en los grabados de David Roberts.

¿Decidirá Granada recuperar un día su río, por lo menos entre Plaza Nueva y Puerta Real? Sacar el Darro de su lóbrego túnel sería el mejor tributo posible al autor de Granada la bella. Pero haría falta una filosofía peatonal, un nuevo plan de tráfico, un esfuerzo comunitario descomunal... Será difícil que lo veamos. Qué pena.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_