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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una boda sin ilusión

En Sevilla, los líderes estaban más preocupados por mantener a la gente fuera que por dejarla entrar.

Timothy Garton Ash

Imaginemos una boda que se retrasa durante 15 años por la mezquindad y las evasivas del novio. Cuando llegue, por fin, ¿quién puede disfrutar de ella? En eso consiste la reunificación de Europa: la boda de las partes oriental y occidental del continente, separadas durante décadas por los muros y las alambradas de la guerra fría. Incluso el nombre de la ceremonia es ya una pesadez. Ya no es la reunificación o, como también solíamos decir, la curación de Europa, sino solamente la ampliación de la UE: dan ganas de bostezar y apagar la televisión.

La cumbre de la semana pasada en Sevilla confirmó el compromiso de la UE de incorporar a 10 nuevos Estados de aquí a finales de 2004, sólo 15 años después de la caída del muro de Berlín. Al mismo tiempo, postergó las negociaciones económicas más complicadas hasta después de las elecciones alemanas del próximo otoño. En Sevilla, los dirigentes de la UE estaban más preocupados por mantener a la gente fuera que por dejarla entrar. No se ocuparon de dar la bienvenida a los demás europeos, sino de perseguir a los inmigrantes ilegales, el tema candente en una Europa sacudida por el populismo antiinmigración.

La perspectiva más extraordinaria y deprimente es que al final puede que sea Polonia la que rechace la pertenencia a la UE en un referéndum
Grecia ha asegurado que va a bloquear la ampliación si no se incluye a Chipre, aunque no está claro cómo se puede incorporar a la UE un país dividido
La PAC es el escándalo más antiguo del mundo desarrollado: obliga a subir el precio de lo que comemos y desfavorece aún más a la agricultura en vías de desarrollo

Es posible que algunos lectores, inevitablemente mayores de 30 años, recuerden todavía aquel vertiginoso verano de hace 13 años, en 1989, cuando el comunismo fue desmantelado de forma pacífica mediante unas refoluciones (mezcla de reformas y revoluciones) de nuevo tipo en Polonia y Hungría, y el mundo se llenó de esperanza. La vuelta a Europa era el lema fundamental de los centroeuropeos.

¿Por qué se estropearon las cosas? Por nosotros. Nosotros, los europeos occidentales. Para empezar, muchos no consideraron nunca a esos países lejanos de los que poco sabemos, en realidad, parte de Europa. Otros, sobre todo en Francia, simplemente no querían que esos países se afiliaran a nuestro club de ricos dirigido por los franceses. En cierta ocasión, un importante empresario francés resumió así, en privado, su actitud ante la ampliación de la UE hacia el este: 'Il faut toujours en parler et jamais y penser' ('Hay que hablar siempre de ella y no pensar nunca en ella'). Entonces, Helmut Kohl y François Mitterrand decidieron que Europa occidental debía construir primero su unión monetaria. Una idea espléndida y, por tanto, mucho más lograda de lo que esperaban muchos escépticos (incluido yo mismo), pero ¿era la prioridad que correspondía cuando acababan de terminar los 40 años de división de Europa entre el este y el oeste? No.

Ahora, los dirigentes de la UE han acordado, por fin, que debemos llevar a cabo la ampliación, pero nadie tiene intención de financiarla. Los contribuyentes netos al presupuesto de la UE, sobre todo Alemania, no están dispuestos a pagar un euro más, y los beneficiarios netos, como España, no están dispuestos a recibir un euro menos. La suma neta que la UE propone transferir a sus 10 nuevos miembros entre 2004 y 2006 es de unos 25.000 millones de euros. En comparación, con el Plan Marshall, Estados Unidos transfirió el equivalente a 97.000 millones de euros (en precios de hoy) a Europa occidental entre 1948 y 1951, y en los noventa, Alemania Occidental transfirió a Alemania Oriental alrededor de 600.000 millones de euros. (Las cifras proceden de The International Herald Tribune, que recientemente publicó una magnífica serie en tres partes sobre el tema). Para que luego hablen de la solidaridad entre europeos.

Subsidio según país

Según los planes actuales, los nuevos Estados miembros, la mayoría de ellos pobres con arreglo a los criterios de la UE, recibirán la mitad de la suma per cápita que obtienen países como España, Portugal, Grecia e Irlanda para proyectos de infraestructura, como carreteras y puentes. Los campesinos polacos recibirán la cuarta parte de los subsidios directos que reciben sus homólogos franceses, pese a que tendrán que competir en el mismo mercado único. Esto es una estupidez que raya en el insulto. Lo que debería ser es que todos los agricultores de la UE tendrían que recibir la cuarta parte de lo que reciben hoy, porque la Política Agraria Común (PAC) es el escándalo más antiguo del mundo desarrollado: obliga a aumentar el precio de lo que comemos y desfavorece todavía más a los agricultores del mundo en vías de desarrollo. Ahora bien, Francia y otros beneficiarios de la PAC no están dispuestos a cambiarlo. En nombre de Europa, por supuesto.

Hasta ahora he escrito como si la ampliación al este, con todas sus decepciones, fuera a ser una cosa segura en 2004. Pero no lo es. Irlanda todavía tiene que celebrar otro referéndum sobre el Tratado de Niza, al que ya ha dicho 'no' en una ocasión. Grecia ha asegurado que va a bloquear la ampliación si no se incluye a Chipre, aunque no está claro cómo se puede incorporar a la UE a un país dividido. Los populistas antiinmigrantes como Haider y Le Pen contribuyen a que crezca la oposición interna.

Sin embargo, lo más preocupante es el aumento de la hostilidad hacia la UE en los países candidatos. En seis de los 10 que ocupan la primera fila, menos del 50% de los interrogados en un reciente sondeo de opinión contestaron que la pertenencia a la UE iba a ser beneficiosa para su país. En Polonia, el mayor y más importante de los candidatos, esa cifra fue del 51%. 'Ayer Moscú, mañana Bruselas', dicen los euroescépticos polacos, cada vez más numerosos. Es injusto, desde luego, porque Polonia nunca escogió pertenecer al bloque soviético, mientras que los Gobiernos democráticamente elegidos desde 1989 han estado llamando a la puerta de Bruselas sin cesar. Pero se entiende que se sientan así cuando los emisarios de la UE imponen 80.000 páginas de normas y reglamentos a su país; unas normas que, en muchos casos, son un impedimento para una economía de mercado nueva y dinámica.

La perspectiva más extraordinaria y deprimente es que, al final, puede que sea Polonia la que rechace la pertenencia a la UE en un referéndum. Quizá parezca exagerado, pero no es impensable. Según la Constitución polaca, un referéndum sobre un tema tan importante necesita una mayoría simple sobre una participación que sea superior al 50%. En las últimas elecciones parlamentarias, la participación fue del 46%. Es decir, los que se oponen no tienen más que decir: 'Quédate en casa y tómate otra cerveza'.

En realidad, no creo que ocurra así. Supongo que la ampliación se producirá, después de todo, en 2004 o 2005; escandalosamente tarde, pero más vale tarde que nunca. Ahora bien, el mero hecho de que tengamos que contemplar la posibilidad demuestra qué bajo hemos caído. Cuando viajaba de un lado a otro del telón de acero en los viejos tiempos de la guerra fría, llegué a la conclusión de que Europa estaba dividida entre los occidentales, que tenían Europa, y los orientales, que creían en ella. Nunca olvidaré una ocasión en la que iba por los pasillos del Parlamento polaco, poco después de las transformadoras elecciones de 1989, con el historiador y dirigente de Solidaridad Bronislaw Geremek. De pronto se paró y me dijo: 'Para mí, Europa es como una esencia de Platón'.

Regatear a puerta cerrada

Si la reunificación de Europa se hubiera producido hace 10 años, el Este liberado habría aportado al proyecto europeo una inmensa carga positiva de idealismo y entusiasmo. Espero que todavía haya un poco de eso, por parte de grandes europeos como mi viejo amigo Bronislaw Geremek. Pero la mayoría de los nuevos miembros, cuando se incorporen -si se incorporan-, habrán llegado a la conclusión de que Europa consiste, en realidad, en regatear a puerta cerrada con el fin de obtener unos cuantos millones más de euros para algún interés nacional específico. Ésa es la lección que hemos enseñado en 15 años de peleas miopes y mezquinas.

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