Adiós, presidente
JULIO SEOANE
Adiós, buenos días. ¿A quién saludas? A nadie, es que ese fue presidente de la Comunidad Valenciana. Y ya ves ahora, recogiendo corbatas en los basureros para ir tirando. Es que no somos nadie. Comenzamos diciendo que cualquiera podía llegar a ser presidente y, con el desarrollo de la democracia, hemos llegado a que el ex presidente puede ser un cualquiera. Los presidentes, más que progresar, retroceden, y eso parece que nos hace más democráticos a todos. Es complicado, pero es así.
El diálogo anterior es una exageración y, como todas las exageraciones, nos ayuda un poco a poner las cosas en su sitio. A riesgo de parecer irrespetuoso, algo que me tiene sin cuidado, importa muy poco lo que opine Lerma o Zaplana sobre el estatus de los presidentes de aquí, el uno por ex y el otro porque está en tránsito. Es el prestigio de una institución lo que me gusta, al margen de quién sea el oficiante. Peor que buscar corbatas en un contenedor es rebuscar en la memoria para escribir un libro que proporcione dividendos a base de política basura. Sin embargo, sólo nos fijamos en la cantidad de euros, en el coche, en los metros cuadrados del despacho. A los españoles, incluidos los valencianos, nos obsesiona el sillón más que el oficio porque odiamos ser súbditos y nos olvidamos que nos representan, que los hemos puesto nosotros o, al menos, algo parecido.
El problema es la lupa, la lente de aumento con mango incluido. ¿Quién, cómo, cuánto? Nos gustaría aplicar trienios, que no todos los presidentes duran lo mismo, aunque en Valencia nos obligan a votar con un ritmo biológico, cada cuatro años, como si fuera una democracia a plazo fijo, casi orgánica. Ya sé que todos quieren una reforma del Estatuto que contemple la disolución anticipada de las Cortes pero yo, con permiso de la autoridad competente, no me lo creo.
Mejor todavía, nos gustaría conceder sexenios de investigación, según hayan concedido más o menos comisiones para poner en claro algunas de sus actuaciones. Y además quinquenios de docencia, que no todos se explican igual y existen algunos que no hay quien los entienda, que aburren hasta a las piedras. En definitiva, nos tienta diferenciar sueldos, tamaño del coche y ancho del sillón. El ideal sería una agencia de evaluación de presidentes, compuesta por ex votantes y desencantados en general, pero siempre dóciles y predispuestos a la endogamia, que al fin y al cabo son nuestros presidentes. He dicho agencia y no academia, porque estas últimas tienen tendencia, desde la Grecia clásica, a resolver sus problemas a base de cicuta, uno de los orígenes de la violencia doméstica que padecemos en nuestros tiempos.
O sea, que no. Que el tema no se puede reducir a un simple puñado de euros, ni siquiera se debe pensar que es un sueldo vitalicio por un puñado de votos. Es algo más, es obligarles a mantener en alto nuestra propia dignidad por mucho que podamos estar arrepentidos. El cargo lleva implícito, mal que les pese, la prohibición de revolver en los cubos de basura para poder saludarlos a plena luz del día y sin tener que avergonzarnos de nada. Hola y adiós, señor presidente. Y que pase el siguiente.
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