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Columna
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El cantante Raimon ha vuelto a Madrid, cinco años después de ser abucheado en la plaza de Las Ventas por cantar en catalán en el recital de homenaje a Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP de Ermua asesinado por ETA. A quienes le reprocharon haber aceptado participar en ese acto les respondió diciendo que 'sabía que podía pasar algo así', pero que, de todas formas, él 'tenía que estar allí'.

La trayectoria cívica de Raimon se resume en esa frase. Haber compuesto Pais Basc en 1967 y participar en un acto contra ETA en 1997 es haber estado en su sitio las dos veces. Algunos se las arreglan para no estarlo nunca: para llegar siempre cuando las bofetadas han pasado. Lo que no les impide hacer reproches a los que las recibieron.

Hace ocho años, el historiador J. M. Lorenzo, futuro dirigente de Herri Batasuna, se preguntaba en el prólogo a uno de sus libros qué podía saber 'de emociones y pasiones, de entrega y sacrificio, de solidaridades y desinterés' alguien como Jorge Semprún. Haber estado con la República en los años 30; con la resistencia francesa y prisionero en Buchenwald, en los 40; en la clandestinidad antifranquista en los 50, y con los disidentes antiestalinistas en los 60 le parecía poca cosa al héroe aberzale de los 90, que también reservaba un comentario despectivo para Mario Onaindía, uno de los condenados a muerte por Franco en el juicio de Burgos.

Onaindía presentó ayer su libro La construcción de la nación española (Ediciones B. Barcelona. 2002). Se trata de un ensayo sobre los orígenes de la concepción republicana de la nación de ciudadanos como contrapunto a la patria comunitaria y uniforme de los nacionalistas. Distinción que no engaña a los centinelas de la nacionalidad. Xabier Arzalluz celebró el 25 aniversario de las primeras elecciones del actual periodo democrático afirmando que ha llegado el momento de movilizarse por la independencia de Euskadi. Resumió su pensamiento diciendo: 'Si queremos tener fuerza, lo primero es el patriotismo. Somos vascos. Aquí hay muchos que dicen que son vascos, pero les importa un pito nuestra cultura y el euskera; para mí son ciudadanos de la comunidad autónoma vasca, no vascos'.

Arzalluz es el único dirigente de un partido democrático que sigue hablando de política en términos bélicos. Hace poco dijo que Europa había evitado que Aznar fusilase a los vascos 'como Franco'. De entrada, suena sospechoso apuntarse al radicalismo ahora que hacerlo no implica ningún riesgo, y no cuando había más motivos. Pero además, resulta irresponsable alimentar con ese victimismo la desestabilización del sistema democrático cuando existe una conocida organización terrorista que justifica sus crímenes argumentando que nada fundamental ha cambiado en estos 25 años. Si el dirigente máximo se expresa en esos términos, ¿cómo sorprenderse de que el sindicato nacionalista ELA se manifestase el día de la huelga general con un féretro en cuyo interior figuraba un muñeco que representaba a Jose María Aznar, superviviente en 1995 de un atentado de ETA?

Ibarretxe traduce ese victimismo a su estilo: 'El que no comparte las ideas de Aznar es arrastrado por el suelo', dijo el día 3. Sin embargo, los atacados suelen ser otros. Por ejemplo, la alcaldesa de Lasarte o, el mismo día 3, el escritor Raúl Guerra Garrido, al que los de la kale borroka le quemaron la farmacia por cuarta vez desde que compareció como miembro fundador del Foro Ermua. Diríase que se trata de una forma de intimidación contra los no nacionalistas, pero un informe reciente sobre la violencia juvenil dirigido por el sociólogo J. I. Ruiz de Olabuenaga nos aclara que la kale borroka es 'una conversación virtual corporativizada de un sector de la juventud vasca con el liderazgo institucionalmente legitimado en la sociedad española políticamente hipostasizado éste por el Gobierno Autónomo, por el Gobierno Central del Estado, por sus Figuras Vicarias o por sus Súbditos, en tanto en cuanto acepten sus bases de legitimación politica'.

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¿Por qué algunas personas muy claras en otros asuntos se vuelven esotéricas cuando hablan de ETA? Lo que a simple vista parece un problema de terrorismo en el que las víctimas siempre caen del mismo lado sería en realidad, según explicaba aquí el día 6 el catedrático Víctor Gómez Pin, 'un objetivo problema de alteridad de una parte de la población', y reconocerlo así, una 'cuestión de valentía'.

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