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Mundial 2002 | Brasil se mete en su séptima final
Columna
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Al fin fútbol

Santiago Segurola

Después de muchas lunas, por fin se vio un buen partido de fútbol en el Mundial. Fue bueno porque los brasileños jugaron en brasileño, y porque los turcos no admitieron nunca su inferioridad. Equipo orgulloso, competitivo, sin complejos, a Turquía le estimuló la semifinal, la primera que disputa en su historia. Pareció que había estado en mil. Propuso un partido abierto, sin concesiones, de área a área, justo lo que todos temen frente a Brasil. Y con razón. El admirable encuentro de Turquía sirvió para comprender el enorme arsenal del que disponen los brasileños, donde en cada puesto hay una figura del fútbol. No una de esas artificiales que tanto se llevan ahora, sino una estrella de verdad, de las que ganan partidos. A eso se dedica gente como Cafú, Roberto Carlos, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho y algunos de sus centrales, siempre dispuestos a sumarse a la fiesta.

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Ronaldo se acerca a la cima

No es el Brasil memorable del 82 o del 70. Aquellos equipos tenían estilo además de grandes jugadores. A este equipo le falta misterio, es demasiado evidente en su vértigo. Pero el vértigo brasileño es el mejor del mundo, lo mismo que lo contrario. Eran los mejores cuando manejaban los partidos con aquel fútbol engañador, falsamente moroso. Y lo son ahora porque tienen a los mejores jugadores del planeta. Por mucho que tiendan al arrebato, hay mucho de reconocible en sus maneras. De Brasil siempre se espera que los laterales sean incesantes y profundos, que los centrales tengan recursos de centrocampistas, que los delanteros inventen lo que otros no pueden.

Todo eso quedó explicado frente a Turquía. Cafú y Roberto Carlos acompañaron una y otra vez en las jugadas de ataque, pero no para cualquier cosa: llegaban como aviones y ponían a temblar a la defensa turca. Rivaldo, de cuyas peculiaridades como jugador no hay duda, hizo su mejor partido en los dos Mundiales que ha disputado. Machacó al portero con sus venenosos remates y estuvo mucho más claro con el balón de lo que acostumbra. Rivaldo resultó incontrolable durante toda la noche. Y Ronaldo decidió el encuentro como lo hacen los grandes, en una jugada que se iba complicando por momentos y que solucionó con su puntera. La solución correcta, por supuesto.

A Brasil, que tuvo oportunidades de todos los colores, le faltó gobernar el partido, si por eso se entiende limitar riesgos. No hizo de la pelota su mejor aliado, como era de ley en sus viejos equipos. No parece esa clase de selección, o no es el estilo que pretende Scolari. Y algo de mérito tuvo Turquía en esta buena semifinal: con la evidente distancia que separa a sus jugadores de los brasileños, todos estuvieron en su mejor versión. Desde el poderoso y seco central Alpay hasta el extremo San, un futbolista valiente que hace ganarse el sueldo a cualquier defensa. Fue, en definitiva, una semifinal con cara y ojos, con mucha gente encantada de reclamar el protagonismo, con excelentes actores, en definitiva. Ya era hora.

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