_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cardos

Rosa Montero

Una reciente investigación científica ha descubierto que en zonas llanas, fértiles y bien regadas, las plantas compiten entre sí ferozmente; mientras que en lo alto de las montañas, en condiciones duras y precarias, las plantas colaboran unas con otras para vencer al medio y persistir. Aparentemente debería suceder justo lo contrario: cuando todo sobra, ¿por qué no compartir? Mientras que la escasez extrema, ¿no podría despertar una avaricia defensiva? Pero no, es una simple cuestión de estrategia genética: toda planta está programada para multiplicar sus propios genes lo más posible, y para este fin escoge la táctica que mejores resultados le proporciona. Si colabora con las otras en un medio hostil, es porque sin esa colaboración ella misma no podría salir adelante. Es puro egoísmo vital grabado en el ADN.

Este descubrimiento sobre los hierbajos resulta fascinante por el paralelismo que guarda con los humanos. Ya se sabe que, a medida que nos enriquecemos, sociedades e individuos nos vamos haciendo más miserables. Por ejemplo, en España el grupo más numeroso de entre las personas que se dedican a labores de voluntariado, invirtiendo más de doce horas a la semana para ayudar a los demás, está compuesto por mujeres con unos ingresos mensuales lastimosos que apenas si superan los 600 euros. Se diría que la abundancia va cubriendo nuestro corazón de capas de grasa, hasta hacernos incapaces de sentir el dolor ajeno.

Pero no creo que nuestros impulsos solidarios sean, como en las plantas, un ciego mandato genético. Otro estudio científico sostiene que la materia orgánica se ha ido diversificando, a partir de la primera célula común, por medio de elecciones esenciales. Y así, el reino vegetal habría elegido la longevidad, pagando el precio de la inmovilidad, la relativa insensibilidad, el aislamiento; y el reino animal habría preferido la movilidad, la emoción, la interacción, aunque eso conllevara una vida efímera. Es decir, habríamos preferido la pasión, aunque mate, aunque duela; y con ello también la compasión, que es la capacidad de sentir con el otro. Seamos animales, pues, y potenciemos esa función empática y solidaria que nos hace humanos. No nos convirtamos en impasibles cardos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_