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Reportaje:Alemania-Corea del Sur | Mundial 2002 | Semifinales: Alemania-Corea del Sur

Un ejército que huele a ajo

Los hinchas surcoreanos acuden a los estadios a ritmo de redoble marcial

Diego Torres

Young Taek-bang tiene 22 años y estudia ingeniería aeronáutica en Seúl. El sábado, durante el partido contra España, fue uno de los más de cinco millones de surcoreanos que comieron sus bulbos de ajo y salieron a la calle para verlo en lugares públicos a través de las pantallas gigantes. 'Yo no tendré la suerte de estar en Gwangju', dijo el jueves, 'pero, si pudiera, iría. Más que por el fútbol, por Corea. Aquí el fútbol es secundario. Lo primero es la nación. En 1997, después de la crisis económica asiática, el Gobierno invitó a la gente a donar su oro para pagar los bonos de la deuda externa y muchas personas dieron todo el que tenían'.

Prestos a donar oro como a montarse en un autobús con dirección a Gwangju, cerca de 40.000 surcoreanos recorrieron la península hasta su extremo meridional para presenciar la derrota de España. Lo que vieron fue algo más. El presidente de la República, Kim Dae-jung, lo calificó como 'el día más feliz desde la creación de la nación coreana por el rey Dangung hace 5.000 años'.

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Sufrido como pocos a lo largo del siglo XX, el pueblo coreano debió soportar la invasión japonesa antes de ver su país arrasado durante la Guerra de Corea (1950-1953). El día de la fiesta nacional, el 15 de agosto, conmemora la independencia tras la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial. El homenaje está cargado de malos recuerdos, hambrunas, pobreza y humillaciones. Por eso no es extraño que el fútbol haya proporcionado más entusiasmo nacionalista en una semana que el desarrollo económico en 50 años.

La columna de patriotas que acudió a Gwangju fue armada de 20 tambores y mucho maquillaje rojo. Se trataba de devotos de la percusión y amantes del ajo -los surcoreanos comen dientes de ajo en el desayuno, la comida y la cena- que se presentaron en el lugar del duelo futbolístico a ritmo de redoble marcial y despidiendo un particular olor. La humedad y el calor favorecieron el proceso sudoral de los fanáticos, que comenzaron a transpirar efluvios perfumados de la potente aliácea.

En los estadios se prohíbe fumar, de modo que los hinchas se entregan a placeres menos sofisticados. Así como los españoles comen pipas de girasol, los surcoreanos engullen ajo o calamares prensados. A diferencia de Europa y América Latina, es raro ver espectadores increpando al rival o al árbitro: está prohibido. No se diga lanzar objetos al campo. En Gwangju, en plena efervescencia, la grada se comportó como un colegio de señoritas. A lo sumo, se oyó un tímido abucheo.

En sintonía con este clima armonioso, la selección cuenta con la proporción más grande de seguidoras. Miles de mujeres, quinceañeras en su mayoría, se desgañitan. 'Aaaaaaah!', chilló Yeoreum Hur, una niña tocada con gafas de Gucci rosadas, cuando el equipo salió del hotel de Daejeon; '¡qué guapo es Ahn! Además, es modelo, como su esposa, Lee. ¡Y se hace bucles en el pelo porque ella se lo pide!'.

En un país en el que el golf y el béisbol concentran las mayores aficiones, la Copa del Mundo ha dado un impulso tan fabuloso como poco espontáneo. Cuando los aficionados peregrinan a los estadios, en los autobuses, no cantan canciones futboleras, sino el Himno a la alegría, basado en un movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, el Go west de los Petshop Boys o canciones tan antiguas que no comprenden ni el estribillo, escrito en coreano arcaico: 'A-rarang, a-rarang, ararillo/ A-rarang gogaero neumeuganda'.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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