La huelga y el fin de los tiempos
Pasados los días apocalípticos anunciados con la huelga general y la posterior celebración de la Cumbre de Sevilla, se han cubierto de gloria las personas e instituciones que profetizaban, si no el fin de los tiempos, al menos graves desgracias y calamidades para esta ciudad.
Sin embargo, la actitud de tantas personas en las calles ejercitando sus derechos las han transformado en ámbitos de color y libertad, en altavoces de sus reivindicaciones y de sus anhelos, en medio de un ambiente festivo y, lo que es más importante, sin que se haya producido ningún incidente de relieve.
Junto a ello, la ingente multitud de policías desplegados por toda la ciudad y alrededores; las vallas y medidas de seguridad a todas luces exorbitantes; las medidas extraordinarias adoptadas en relación a los juzgados de guardia, que han quedado reducidos a la inactividad más absoluta; el despliegue de abogados de oficio hecho por el Colegio de Abogados para atender a no se sabe cuántos posibles detenidos; los controles de acceso a la ciudad, etcétera, venían a demostrar la infinita desconfianza de este Gobierno y de las fuerzas sociales que lo apoyan hacia sus propios ciudadanos, el miedo a la expresión democrática de objetivos distintos y dispares a los que propugna el PP. Y todo ello ha resultado un inmenso fracaso frente a la demostración práctica de lo que es la expresión democrática de un pueblo.
Estas jornadas de afirmación democrática no han hecho sino confirmar el lema de una de las pancartas de la manifestación del día 22: nuestros sueños son sus pesadillas. Esforcémonos en hacer realidad esos sueños. Otro mundo, y otra España, es posible.
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