Marcha en Palma al calor del verano
La capital de Mallorca se prepara para su temporada más intensa
La primera imagen de Palma se percibía antes desde un barco. Cuando la proa enfilaba la bahía, el perfil de la ciudad ondulaba sobre el agua: Portopí, el Terreno, el hotel Mediterráneo, la Almudaina, el enorme armadillo de la catedral, todo iba tomando cuerpo como un deseo que el ojo fuese creando con ansiedad. Por eso, aunque la travesía marítima no es ya la forma habitual de llegar a Palma, les propongo iniciar nuestro paseo en el puerto.
Dejando atrás Portopí, subimos primero hacia el Terreno, donde las gentes de Palma solían tener pequeños huertos y casas de veraneo. En los años veinte, Gertrude Stein se instaló en uno de esos chalets escalonados y atrajo a Robert Graves prometiéndole el paraíso, si podía soportarlo. Ella no pudo soportarlo; en cambio, el poeta inglés perseveró y acabaría perdido en su paraíso de Deià. Desde aquellos años, el Terreno ha cambiado mucho. Pero sigue siendo la mejor atalaya para captar el esplendor de la bahía y un buen escondite del ajetreo urbano. La obsesión por poner las calzadas patas arriba, sanear y sembrar de tubos y cables el subsuelo, no ha llegado todavía hasta aquí. Salpicada desde hace años por obras que brotan por todo el casco antiguo, nerviosa y cubierta de polvo, es cierto que Palma se transforma a fuerza de convulsiones de taladro. Y mejora, en conjunto, aunque la cirugía municipal haga sufrir a propios y extraños.
La arquitectura modernista dejó en Palma edificios como el del Gran Hotel, sede de la Fundación La Caixa, singulares contrapuntos a las casas señoriales de patios sombríos donde medran las esbeltas palmeras reales
Algunas mañanas mágicas, el vitral del rosetón de la catedral proyecta un enorme caleidoscopio en las losas de la nave central. No hay otro templo como la Seu en el Mare Nóstrum. Como toda obra demasiado ambiciosa, sigue inacabada; así Miquel Barceló podrá decorar una de sus capillas, añadiendo su nombre al de Gaudí
La ciudad parece encalada desde la terraza circular del castillo de Bellver, hasta donde se sube por un sendero del pinar. Una vez abajo, el color que predomina es el de la arena con toques de rojo italiano y gris verdoso de palmera. Fíjense en la Feixina, plaza metafísica que podría haber pintado De Chirico. Las escaleras y los bordillos del monumento a los héroes del crucero Baleares hacen las delicias de ciclistas y patinadores. A continuación atravesamos la Riera, cauce encharcado, y nos detenemos ante la Lonja, utilizada hasta hace poco como sala de exposiciones, lo que no dejaba verla como debe verse, desnuda, con sus columnas retorcidas y su gótica austeridad mallorquina. Detrás de la Lonja se inicia el antiguo barrio marinero de Palma, donde la gente es morena y habla portugués. Estas calles conforman una pequeña Alfama y fueron la patria adoptada del escritor Albert Thelen Vigoleis, el mejor retratista de Palma con Mario Verdaguer, autor de La ciudad desvanecida, obra nostálgica que en breve exigirá una segunda parte, acaso más elegíaca. Junto a la antigua fortaleza en plena recuperación, un vecino saca sus canarios a pasear. Deposita las jaulas sobre la muralla y le grita a uno de ellos, el más tímido: '¡Canta más fuerte, hombre!'.
Canamunt y Canavall
Hemos llegado al Borne. No se extrañen si encuentran el paseo un poco vacío, es normal. Les sugiero la terraza del Palau Sollerich, pálido consuelo si uno piensa en el desaparecido Miami, café de conspiradores y abuelas que tanto le gustaba a Thomas Bernhard. Otra opción, a falta del legendario Formentor, es el Bar Bosch, más adecuado a la luz crepuscular. Estamos en Canavall, la parte baja de la ciudad, y ahora dirigimos los pasos a Canamunt, la de arriba. Antaño hubo batallas campales entre los vecinos de ambas zonas. Nos hemos vuelto pragmáticos con los siglos. Antes de mostrarles otro paseo sombreado por plátanos, la Rambla, a la entrada del cual hay un chillida de cemento vigilado por dos centuriones romanos, reclamo su atención para admirar la fachada del Gran Hotel, sede de la Fundación La Caixa. La arquitectura modernista dejó en Palma edificios como éste, singulares contrapuntos a las casas señoriales de patios sombríos donde medran las esbeltas palmeras reales. En esas enormes viviendas languideció la nobleza mallorquina, y muchas de ellas se pusieron a la venta en la última década, llevando a la práctica el ancestral dicho popular que incita a 'vendre ses cases i anar a lloguer', esto es, deshacerse de los inmuebles y alquilar un simple alojamiento. La especulación urbana en el barrio antiguo ha puesto los precios por los cielos, pues Palma, les aviso, es una ciudad cada vez más cara, en la cual se vive bien, muy bien, a fuerza de vender herencias.
En la calle de los Olmos ya no quedan árboles. Hace poco plantaron arriba de la cuesta un despeinado olmo joven, centinela de la amplia plaza de España. En su mismo centro, a caballo, Jaime I el Conquistador dirige las obras con mano de bronce, obras que tocan a feliz fin, si bien el vecino y malogrado parque de las Estaciones corre peor suerte. Muy cerca, en la pintoresca estación de Sóller, se oxida un tranvía de Lisboa. A veces me he preguntado si llegaron montados en él los portugueses que hemos visto antes en Canavall. También me pregunto si, en vez de horadar la ciudad en beneficio de los coches, no haríamos mejor reconstruyendo las murallas para así detener a los mecánicos invasores. Incógnitas legítimas si consideramos que Palma es una de las ciudades más bellas del Mediterráneo, quizá la mejor conservada gracias a siglos de bendita desidia.
Seguro que les ha gustado la crujiente langosta que hemos almorzado en el poco pretencioso bar Moka Verd, donde solía recalar Graves cuando bajaba del paraíso con su cesta al hombro. Ahora vagamos por la pescadería del Olivar. Lenguados, pulpos, un mero de mirada filosófica. En esta ciudad se come bien, hay tres pastelerías por cada farmacia. También tiene Palma muchas iglesias y capillas, 91 para ser precisos. Aquí al lado está Sant Felip Neri, agradable penumbra iluminada por el oro de los retablos. Qué contraste con la animación folclórica de la porticada plaza Mayor, donde los turistas revolotean en torno a las estatuas humanas y los músicos callejeros, para luego sentarse en las terrazas de los cafés a tomar el sol.
Albert Camus
Vean, estamos derribando el barrio chino. El placer amarillo deberá irse con la música a otra parte. Ni al más caprichoso mandarín se le hubiera ocurrido destrozar un barrio entero para erigir los nuevos juzgados. Mientras las chicas de ébano nos abordan sin fe, las excavadoras fornican con los restos arqueológicos de lo que fuimos y las nubes proyectan sombras que reptan en el polvo. Socorro se llama la calle que nos desvela la magnífica plaza pobre de Llorenç Bisbal, la misma que desemboca en lo que fue castillo de los monjes templarios. También vemos con gusto las plazas de Quadrado y San Francisco, en cuya basílica se siente el latido del claustro que encandiló a Albert Camus. Aquí, junto al pozo y el verdor, podemos descansar un buen rato del largo paseo mecidos por las agudas voces infantiles del colegio de los franciscanos.
La catedral, en fin. Algunas mañanas mágicas, el vitral del rosetón proyecta un enorme caleidoscopio en las losas de la nave central. No hay otro templo como la Seu en el Mare Nóstrum. Como toda obra demasiado ambiciosa, sigue inacabada; así Miquel Barceló podrá decorar una de sus capillas, añadiendo su nombre al de Gaudí.
Queda por recorrer el perfil marítimo de la ciudad, el malecón que se inicia frente a la Almudaina y llega hasta Ciudad Jardín. Es un lugar concurrido por chicos acróbatas, patinadoras rubias y viejos que chupan habanos. Mientras el sol desciende, ya sólo falta admirar esa fuerza inalterable sin la cual Palma sería un espejismo de historia y arena: el mar.
GUÍA PRÁCTICA
Población: 333.925 habitantes en Palma de Mallorca. 7,21 millones de personas visitaron la isla en 2001.
- Iberia (902 400 500). Vuelos diarios. Billete de ida y vuelta, desde Madrid 156,15, euros, y desde Barcelona, 102,15 euros, más tasas. - Air Europa (902 401 501). Vuelos diarios. Billete de ida y vuelta desde Madrid, 147 euros más tasas, y desde Barcelona, 93 más tasas. - Trasmediterránea (902 45 46 45; www.trasmediterranea.es). Transbordadores todos los días. De Barcelona a Palma, el fast ferry o ferry rápido tarda 3.45, y el ferry, 7.00. De Valencia a Palma, el fast ferry tarda 4.15, y el ferry, 7.15. Billete de ida y vuelta: fast ferry, 107 euros, y ferry, 69.
- Bar Bosch (971 72 11 31). Plaza del Rey Juan Carlos I, 6. Desde 1936, en el centro y con terraza. La copa, unos cuatro euros. - Bar Solleric (971 72 61 22). Paseo del Borne, 27. La copa, alrededor de cuatro euros.
- Can Nofre (971 46 23 59). Manacor, 27. Palma de Mallorca. Frito mallorquín y pescado. Precio medio, 18 euros. - Bodega Binissalem (971 46 87 64). Foners, 51. Palma de Mallorca. Precio medio, 20 euros. - La Cuchara (971 71 00 00). Paseo de Mallorca, 18. Palma de Mallorca. Especialidades: chuletón de buey y bacalao gratinado. Alrededor de 33 euros. - Singular (971 72 92 64). Calle de Montenegro, 9. Palma de Mallorca. Pescado y gambas. Menú de comida de lunes a viernes, 12,62 euros. Precio medio, 21 euros.
- Hotel Born (971 71 29 42). Sant Jaime, 3. Palma de Mallorca. La habitación doble, 93 euros. - Santa Ana (971 40 15 12). Gaviota, 9. Palma de Mallorca. La habitación doble, 56 euros. - Sol Bosque (971 73 44 45). Camilo José Cela, 5. Palma de Mallorca. La doble con desayuno, 82,32 euros.
- Catedral de Palma (971 72 31 30). De lunes a viernes, de 10.00 a 18.30. Sábados, de 10.00 a 14.00. Domingos, cerrados. La visita incluye museo y claustro. Entrada, 3,50 euros.
- Oficina de Turismo de Palma (971 72 40 90; www.a-palma.es). - www.visitbalears.com
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