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Hemos tocado fondo..., ahora a escarbar

Antón Costas

Si hemos de creer el diagnóstico de nuestras autoridades, la economía española ha tocado fondo en su caída. A juicio del secretario de Estado de Economía, la recuperación está en marcha, aunque 'no será muy intensa, ni rectilínea, y más bien será lenta'. Como ven, se pone la venda antes de la herida. El problema es que han dicho lo mismo en los dos trimestres anteriores. Claro que todo es cuestión de mantener el pronóstico porque, tarde o temprano, la economía rebotará. La cuestión es cuándo: ¿en el segundo semestre del año en curso, como machaconamente nos han venido diciendo?

Siempre he pensado que no había ningún indicio serio para esperar un repunte rápido de la economía. Si de verdad la burbuja tecnológica de la segunda mitad de la década de 1990 fue la más intensa de los dos últimos siglos, como así parece, no es posible que se pueda digerir en poco tiempo, y no va a ser una digestión fácil. Tengo la impresión de que estamos a las puertas de tener que afrontar la primera reconversión industrial de la nueva economía (telefonía móvil UMTS, televisión digital, cable e Internet). El endeudamiento multimillonario de muchas empresas de estos sectores es insostenible. La limpieza del balance, inflado por fondos de comercio exorbitantes, provocará aún caídas importantes en la capitalización de las empresas y en la riqueza financiera de los inversores. Por esta parte, no hemos tocado fondo.

Por otra, no veo ningún indicio de que las fuerzas que han tirado de la economía española en los últimos años puedan seguir haciéndolo. Todo lo contrario. Tanto el consumo de las familias y la creación de empleo como las ventas al exterior van a verse debilitados. El endeudamiento de las familias y de las empresas está en límites insostenibles. Es de los más elevados de Europa. Ha llegado el momento de volver a la frugalidad, recomponer las reservas y pensar en el ahorro. Mientras tanto, esperemos que no se deprecie el precio de los activos en que han invertido las familias (viviendas) y las empresas (compras de compañías en otros países), y que no repunten los tipos de interés de las hipotecas por el efecto de la inflación creciente. No veo mejor panorama por el lado del empleo. Para anticipar su evolución, lo mejor es fijarse en el comportamiento de la inversión empresarial en bienes de equipo. Sus efectos multiplicadores sobre el empleo son muy intensos. Hay que pensar que de cada 100 empleos nuevos creados en el periodo 1986-2001, 87 han sido inducidos por la formación de capital. Pues bien, los datos que tenemos muestran una caída continuada de esta variable empresarial, mayor aún en Cataluña (3% en el año 2001) que en el conjunto de España (caída del 1,9%). Las otras dos fuerzas que pueden tirar de la demanda no parecen estar por la labor. El consumo público vive una etapa de exceso de virtud y santo temor al déficit, encabezado por el ministro Montoro. Siempre podría quedarnos la esperanza en la exportación. Pero tampoco veo a nuestros grandes compradores -Estados Unidos y Europa- muy por la labor. Para complicar más el panorama, el repunte del euro frente al dólar es posible que satisfaga a los más europeístas, pero hará más difícil la exportación y el mantenimiento del PIB.

Si todos los indicadores apuntan aún hacia abajo, no veo, aunque me esfuerzo, de dónde pueden venir las fuerzas que impulsen la recuperación que anuncian nuestras autoridades. La pregunta real es cómo podemos contener la caída. Dado que, como he dicho, no creo que las familias y las empresas puedan, durante unos trimestres, volver a la alegría del consumo y de la inversión, sólo queda el mantener el activo sobre el que se basó el buen comportamiento de la economía española en el último sexenio. Cuando en una ocasión se le preguntó al presidente José María Aznar cuál era la razón del milagroso comportamiento de la economía española a partir del año1997, sin cortarse respondió: 'El milagro soy yo'. Va camino de ser célebre la confianza de Aznar en sus capacidades taumatúrgicas. Pero la verdadera causa del milagro económico de esos años fue el comportamiento de los sindicatos y de los salarios. Difícilmente otro gobierno, del signo que sea, podrá verse favorecido por un periodo tan largo de paz laboral y salarios bajos.

Esa paz sindical está amenazada por tres fuerzas. Por una parte, por el propio ciclo sindical, que necesita alternar periodos de paz con otros de movilización sindical. En segundo lugar, por ese irrefrenable deseo de reforma que parece impulsar al Gobierno de Aznar en su final de mandato, y que en este caso se ha materializado en el decretazo. Por último, por la aparición, de nuevo, de expectativas de inflación, más allá del efecto de redondeo del euro. Esas tres fuerzas amenazan con una mayor agresividad sindical. La huelga del 20-J podría ser el pistoletazo. ¿Recuerdan los efectos sobre los salarios, la inflación y el empleo de la huelga general del 14-D de 1988? Si sucede lo mismo, y hemos tocado fondo, ahora el riesgo es ponernos a escarbar.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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