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Columna
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El padre

Juan Cruz

Del hombre miro siempre las manos, canta Raimon. Y de la gente, a cierta edad, hay que mirar en qué se parecen a sus padres, o cómo los tratan, e incluso qué viajes aceptan hacer con ellos: la prueba de la madurez se establece cuando ya puedes viajar, otra vez, con tu padre. Y parece que Hierro tiene una relación excelente con su padre, viaja con él. Eso es bueno para tener una buena relación con la vida, viajar con el padre. Desde Freud al padre parece que hay que llevarle escondido, ni siquiera en la cartera; aunque es lo que nos acerca a la tierra, parece que ha de ser desterrado, mantenido a distancia. Eso es lo que dice la literatura; en la vida ya se mezclan otras cosas y la verdad es que los padres quedan mejor parados en la realidad que en la ficción. Aun así, es bueno recordar que en la liga Madre-Padre la madre vence por goleada; a la madre se le dedican los mejores refranes y las jaculatorias más positivas. De hecho, ahora que Casillas se ha convertido en el héroe nacional no ha sido el padre de Iker sino la madre del muchacho la que ha salido de su casa, de su tienda y de su barrio a decir el olé que le estaban pidiendo. Y como madre no hay más que una y la de Casillas ahora vale por muchas madres, asiste a su gloria con la sensatez que se le supone a las madres.

A ese respecto, Hierro dio una lección, pues se llevó a su padre desde el principio del campeonato, mostrando en público un detalle muy especial. Ahí estaba el hombre mayor, como una sombra devota, dando ánimos al combatiente: la vida está en el césped, en la grada queda su espectador. Luego se ha visto que le había convocado con más razones aún, pues este gran jugador que ha hecho de su fuerza una leyenda y de su manera de ser uno de sus más contundentes atributos físicos ha tenido la inteligencia de decir adiós a todo esto cuando todo el mundo estaba cantando victoria: se parece a Induráin dándole la vuelta al aire en un mundial del ciclismo. Induráin no tuvo allí padre como testigo, pero en las lágrimas del central del Madrid estaba sin duda presente ese cordón umbilical que en Corea del Sur no podía sentir con nadie más ni de mejor forma que con el padre que le ayudó a ser Fernando Hierro. Los que le dicen cateto tienen que añadir ahora que Hierro es un caballero de padre y muy señor mío.

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