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Columna
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Ganar la huelga

La jornada de huelga general convocada por las centrales sindicales para pasado mañana ha recibido tanta y tan esforzada atención por parte de la orquesta mediática de obediencia gubernamental que ha llegado estos días a imponerse en los titulares de las primeras páginas y en los espacios de honor de los informativos de las emisoras de radio y de los canales de televisión, desplazando a nuestro muy amado Consejo Europeo de Sevilla, a celebrar el día siguiente y en el que teníamos puestas todas nuestras complacencias. Ahora sabemos que el vicepresidente primero y ministro del Interior, Mariano Rajoy, va a ser presentado en esa jornada con el mismo atuendo de Iker Casillas para asimilarle mejor a la imagen del cancerbero dispuesto a parar la huelga, a detener el paro, a insuflar movimiento a los transportes públicos, a sostener los suministros de energía y, sobre todo, a colmar los informativos de TVE y de los demás canales afines con noticias de normalidad en todos los frentes. Porque, queridos lectores, como reconocía un ministro del Gobierno, la batalla para ganar la huelga, es decir, para reducirla al mínimo, para arrumbarla en la insignificancia, se dirimirá en TVE. Se busca una imagen de normalidad. Para encontrarla, profesionales tiene la casa de probada trayectoria, acreditada competencia e invariable vocación de servicio doméstico del poder establecido, sin distinción de colores ideológicos, en los que podemos confiar seguros de que sabrán encontrar el enfoque preciso de las cámaras y redactar el texto adecuado de acompañamiento, de forma que los huelguistas del jueves 20 queden derrotados por goleada en las pantallas. Ya pueden cantar misa las cifras que aporten los organizadores. Primero, serán discutidas hasta lograr su invalidación con el apoyo institucional pertinente y ahí están preparados Vicente Martínez Pujalte y Rafael Hernando si hicieran falta para labores de brega, pero mucho antes, cifras y argumentos habrán sido pulverizados mediante la diligencia asistida de los servicios informativos de TVE.

Decía el pasado domingo José Miguel Monzón, Gran Wyoming, entrevistado por Aurora Intxausti en EL PAÍS, que en las televisiones hay demasiado servilismo con el Gobierno, y añadía que, conforme se está viendo con esto de la huelga, casi todos los empleados que tienen los distintos canales en programas de opinión son correos a sueldo del Gobierno o del PP. Insistía Gran Wyoming en que aquí nadie se atreve a criticar y en que, de hecho, periodistas supuestamente neutrales y objetivos en otros tiempos ahora se dedican a escribir biografías o hagiografías de políticos o de la mujer del presidente, Ana Botella. Lo cual a nuestro autor le parece penoso e incomprensible, sobre todo porque se trata de gente sin necesidad alguna de hacer esos libros para sobrevivir. A su parecer, las tertulias de Radio Nacional son pura propaganda, impropia de una radio pública. Claro que el jueves 20 podrá verificarse la enorme utilidad y funcionalidad de estos sistemas que de modo inexplicable la oposición parlamentaria de ahora se abstiene de criticar. Además, ¿cómo explicar, dados los niveles de censura conocidos, que se desconozcan casos de periodistas de la radiotelevisión pública que hayan invocado el amparo de la cláusula de conciencia del artículo 20 de la Constitución?

Llegados aquí, resulta interesante volver a Stuart Mill para repasar sus Consideraciones sobre el gobierno representativo en la nueva traducción anotada por Carlos Mellizo, que acaba de ofrecer Alianza Editorial. Cómo suenan sus recomendaciones sobre la necesidad de un liderazgo competente capaz de procurar protección frente a los peligros de la ignorancia y de los intereses siniestros del Gobierno y del pueblo y de ayudar en el proceso de la educación civil. Qué recuerdos nos devuelve su pretendido descubrimiento como hecho inevitable de que la tendencia natural del Gobierno representativo, así como de la civilización moderna, es la de ir hacia una mediocridad colectiva. Cuántas reflexiones provoca su definición de que cualquier actividad propiamente humana con pretensiones de utilidad, como la de gobernar, consiste en 'alterar el curso espontáneo de la naturaleza'. Los liberalnihilistas que invocan en vano el nombre de Mill deberían atender su afirmación de que, como construcción artificial, el Gobierno representativo es el polo opuesto a la anarquía natural resultante de la barbarie egoísta.

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