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Columna
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La huelga

Medio aplazado el frente abierto contra la jerarquía eclesiástica, al Gobierno de Aznar le quedan todavía desafíos acuciantes: el pulso con parte del Poder Judicial, con la mayoría de los sectores universitarios y con los sindicatos, por no decir con los trabajadores de España, porque reconozco que suena a concienca de lucha de clases anterior al último decreto de prohibición de la lucha de clases, emitido durante una de las pasadas legislaturas socialistas. Con la lucha de clases ocurre lo mismo que con la historia, la burguesía y la novela. Periódicamente aparecen necrológicas que anuncian su muerte, pero luego se comprueba que la historia, la burguesía, la novela y la lucha de clases son cadáveres que gozan de excelente salud.

La convocatoria de huelga llega después de un largo periodo de relaciones tranquilas entre los sindicatos y el Gobierno de derechas, tal vez porque el periodo ha coincidido con una bonanza económica para los países globalizadores y tanto CC OO como UGT debían demostrar que no son correas de transmisión de izquierda política alguna. Pero se acabó la bonanza económica y el Gobierno del PP se ha sacado definitivamente la mayoría absoluta de la bragueta desde el voluntarioso afán del señor Aznar de demostrar cuando ama a España porque no le gusta. Para negociar con los trabajadores, el PP ha utilizado a tan excelente persona como el señor Aparicio, con su aspecto de cristiano en lucha con su conciencia, idóneo para un futuro presidente de la Cruz Roja o de la Conferencia de las señoras de San Vicente de Paul, institución que, de sobrevivir, merecería más difusión.

La huelga evidencia que ni la vida ni la historia son como nos las merecemos. Acabadas las vacaciones dialécticas, el conflicto social está donde estaba y acentuado por todos los desórdenes del mercado de trabajo, nacional e internacional. Veremos qué opone el PP a los huelguistas el día 20. En el pasado, el PSOE les opuso un portavoz formado como locutor en Radio Tirana que no quiso admitir ni que se hubiera cerrado El Corte Inglés. Ahora serán otros los teloneros del discurso de Aznar, y que nadie se sorprenda si el señor presidente, lejos de gritar ¡Santiago, cierra España!, usurpa el: ¡No pasarán!

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