Obscenidad
Primera observación: prefiero la obscenidad a la censura y a la mojigatería. Segunda observación: prefiero ver un teatro lleno riéndose a carcajadas, sobre todo las damas de distintas edades y tamaños, que la abstención vergonzosa ante 'una documedia sexual', como dicen sus autores, y en ese estilillo ya se ve que no tiene una buena inspiración; porque, tercera observación, prefiero siempre el teatro bien hecho al torpe y sin trabajar, que es el caso de esta obra.
Los '23 centímetros' son unas medidas imaginarias del pene triunfante, del falo como un centro. Digo imaginarias porque la ciencia no las corrobora como posibles, aunque bastante gente gane dinero con implantes y elongaciones (Medicina: alargamiento accidental de un miembro o un nervio), o con inyecciones previas a lo que se llama 'el acto' y con unos curiosos aparatos de física recreativa que actúan por absorción. El hecho es que una de las pequeñas libertades con que se enmascara la falta de las otras es el tema sexual, la conservación y, entre esos temas, la cuestión del tamaño. Es antigua y, teniendo poca erudición, lo más antiguo que recuerdo en esta literatura es El asno de oro, de Apuleyo. Por informar un poco, ya que la obra se considera documento, puedo hacer otra observación: no suele existir en la realidad, salvo en casos cancerosos, y no es deseable para la compañera, porque si alcanza y golpea el cuello del útero hace mucho daño y puede producir heridas. Los especialistas dicen que el tamaño no importa para una relación satisfactoria, porque la parte sensible está en el primer tercio, y ya saben ustedes dónde se aloja el clítoris.
23 centímetros, de Carles Alberola y Roberto García.
Intérpretes: Pedro Mari Sánchez, Isabel Serrano, Teté Delgado, Ana Labordeta y Vicente Díaz. Dirección: José María Mestres. Teatro Reina Victoria.
Un final moral
Una vez cumplida mi obligación de periodista de investigación, queda la del periodista de opinión, o sea el crítico. El chiste único consiste en que el caballero de 23 centímetros lo alquila, o sea que se dedica a la prostitución, impulsado por su esposa, que encuentra un buen medio económico de vida y le ayuda como secretaria por teléfono y por Internet para las citas. No sin cierta molestia, que va avanzado, en el terreno de lo que se suele llamar celos, que creo que en esta cuestión de la prostitución no existen. Pero aquí tienen una misión: llevarnos hacia un final moral. Esto es, verdaderamente procaz y obsceno.
Las dos damas que alquilan al penilargo, al parecer con una satisfacción enorme a juzgar por sus gestos, vuelve cada una a su redil: el hombre guarda sus centímetros para su esposa, y abandona la carrera de puto. Hay un quinto personaje, sobrante, que no recuerdo dónde va a parar. Si usted no es de las personas que no leen críticas de teatro, vaya usted con las mujeres de la casa, a las que casi nunca se ve reír tanto en la vida real. Si lee usted ésta, haga lo que quiera, pero ya ve lo que es eso. Va a llenar todo el verano el teatro donde está. En cuanto a erotismo, es mejor sentarse a la sombra en una terraza y ver pasar, pasar, pasar...
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