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Columna
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Enredo preconstitucional

Recordamos estos días las primeras elecciones libres del año 1977, tras una larga noche de silencios de cuarenta años. Silencios de la España estrecha que, en la vida pública, ahogaban voces y lenguas de la España ancha. Era un silencio monolítico y aplastante que sofocaba, por ejemplo, el tenue sonido en el ámbito social y público de las entonces llamadas lenguas regionales. En el ámbito de lo privado era otra cosa. Siempre cabía la posibilidad de que, acariciada por suaves sábanas, la compañera sentimental de nuestro vecino iniciara la verbena nocturna con tiernos requiebros en valenciano o en euskera. No es difícil, en estas tierras valencianas, tropezar con nostálgicos preconstitucionales que repiten hasta la saciedad, por activa y por pasiva y en castellano, que durante la larga noche sin libertades no hubo aquí opresión lingüística alguna. Aducen como argumento el uso del valenciano en el ámbito de lo privado, bien entre las cuatro paredes de su casa, bien en la taberna del pueblo cuando acudían a recoger los frutos primaverales del cerezo que plantó su abuelo. Cuando a estos preconstitucionales lingüísticos se les habla de usos sociales y públicos de una lengua, entonces se enfrascan en el laberinto mental, que no real, de que si el catalán y el valenciano auténtico -el auténtico siempre el de ellos, claro-, que si el mozárabe con ortografía semítica de los omeyas, cuyos súbditos ya hablaban el valenciano de L'Horta, y que si...

Puesto que ellos son, en la materia, filólogos especializados en las variantes dialectales de la lengua de los aborígenes de la Guayana francesa, y por lo tanto también del valenciano. Es el enredo histórico y sin fin, cuyas efemérides no se conmemoran como se conmemoran las primeras elecciones en libertad del año 1977.

Con las libertades públicas cabría pensar que, en este rincón hispano que es el País Valenciano, se hacen realidad -poco a poco y con toda la tolerancia que se quiera, poco a poco y con toda la convicción que se necesita-, que se hacen realidad, vecinos, las palabras de aquel poeta que habló de la diversidad de hombres y lenguas de la ancha España; de la necesidad de convivencia en la diversidad y en el respeto lingüístico mutuo, y de los puentes que siempre unen a ciudadanos diversos. Pero no ha sido así, y en el aquí y el ahora valencianos ocurre todo lo contrario, si del uso público del valenciano hablamos. Y esa es, entre nosotros, una asignatura pendiente cuando recordamos el primer día en que, libremente, acudimos a una urna plural y democrática. Una asignatura para la cual todavía no se vislumbra un septiembre con examen de repesca.

Porque, digan vecinos, qué uso público y decoroso, qué consideración social se tiene hacia el valenciano cuando se censuran palabras y se mutilan textos; cuando un senador del PP menosprecia las doctas afirmaciones sobre el valenciano de la Real Academia Española desde la trinchera monolítica de la noche preconstitucional. Porque, digan vecinos, qué consideración social y pública hacia el valenciano tiene Joan Ignasi Pla, secretario general del PSPV, cuando se dirige en Castellón a la concurrencia fiel en valenciano y cambia de lengua cuando el primer preconstitucional de su partido se lo solicita. ¡Y a eso le llamó normalización! ¡Ni los unos ni el otro aprueban en septiembre!

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