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Columna
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Capital humano

Emilio Ontiveros

El año pasado, la Comisión Europea publicó el primero de sus informes sobre competitividad europea en el que se analizaban con todo lujo de indicadores las razones de esa creciente diferencia en los niveles de renta por habitante frente a EE UU, de la mayoría de los países de la Unión, atribuyendo una responsabilidad importante al muy desigual crecimiento de la productividad. El pasado 23 de mayo ha aparecido la edición correspondiente a este año en el que nuevamente se constata la insuficiencia del crecimiento de la productividad para alcanzar los objetivos económicos, sociales y de empleo establecidos en la estrategia del Consejo Europeo de Lisboa, para 2010. Hacer de Europa la zona más próspera y competitiva del planeta, líder en la economía del conocimiento, exige invertir en capital físico, pero también en conocimiento: en investigación y desarrollo, en capital tecnológico y, no menos importante, en capital humano.

Puede destacarse en la economía española la infrautilización del capital humano acumulado durante la última década

A este último aspecto -absolutamente complementario de la inversión en capital físico y de la concretada en investigación y desarrollo en su contribución a la mejora de la competitivi-dad, al crecimiento y al empleo-, se dedica buena parte de ese informe. Un documento consecuente con la insistencia del Consejo de Barcelona en aquellas propuestas, también enunciadas en Lisboa, tendentes a hacer de los sistemas de educación y de formación profesional de la UE una referencia de calidad mundial en ese ya no tan lejano 2010.

Que la asignación de recursos a la inversión en educación en Europa sea creciente no significa que sea suficiente y, mucho menos, que los destinos de esa inversión sean los adecuados. En realidad, existe todavía una brecha entre la UE, por un lado y Japón y EE UU por otro, en términos de años medios de educación, pero la diferencia es más significativa cuando se verifica el grado de adecuación de la oferta a las exigencias de la demanda.

Al igual que en otras economías avanzadas, en los últimos años han tenido lugar cambios de cierta significación en la estructura de la demanda de trabajo que, en muchas economías europeas, no han encontrado correspondencia en la oferta de habilidades, de forma particular en los servicios. Junto a estos gaps en las capacidades requeridas por algunos sectores, demandantes igualmente de un mayor grado de adecuación de los sistemas de formación profesional, la mayoría de los mercados de trabajo en la UE presentan deficiencias institucionales (sistemas de negociación, inmovilidad geográfica, escasa capacidad de diferenciación salarial en función de las habilidades, etcétera) que, en general, no permiten la explotación del potencial de crecimiento asociado al conocimiento, sintetizándose en esos menores rendimientos del capital humano cuando se contrastan con los obtenidos en EE UU.

Esa asimetría entre acumulación de capital humano y su encaje con la demanda (su grado de utilización, en definitiva) es suficientemente explícita en el caso español. Simultáneamente a la edición del informe de la Comisión, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) ha hecho lo propio con los resultados del proyecto Capital Humano: además de la actualización de las series históricas 1964-2001 y su metodología, se estima por primera vez el valor económico del capital humano en España y se da cuenta de la relación entre mejoras educativas y actividad económica en España durante la pasada década. Sin que sea fácil, ni justo, sintetizar en una sola las diversas conclusiones que se deducen de esos trabajos, sí puede destacarse la infrautilización del capital humano acumulado durante la última década (mediante el crecimiento de la educación y de la experiencia), ya sea porque parte de él está fuera del mercado de trabajo, ya sea porque éste no obtiene de él el rendimiento esperado.

La pertinencia de la advertencia que hiciera John Maynard Keynes en 1944, con ocasión de su conferencia en la Marshall Society, con la que concluye el informe de la Comisión, es si cabe mayor en nuestro caso: en definitiva, la prosperidad económica no depende de la brillantez de unas cuantas personas, sino de la escala en que seamos capaces de producir personas competentes en todos los ámbitos de la vida.

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