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Como enemigo (camuflado) del centrismo

Si antes digo que lo más alejado del centrismo fue la confrontación áspera y la descalificación del contrario, antes las pone en práctica el Síndic del Grupo Popular, Alejandro Font de Mora. Ganas dan de reducir la contestación a la lectura de su artículo pues el autorretrato 'centrista' se define por sí mismo. Pero es un honor que le replique a uno todo un portavoz del grupo mayoritario y más si se trata de Font de Mora, a fin de cuentas persona culta e inteligente aunque quizás algo extraviada por los roles que deparan los partidos. Además, tiene razón en uno de sus argumentos: el PSOE hizo una dura oposición en la etapa final de Suárez. Y aunque la califica de la 'más sucia y brutal' (reconocerá el síndic que la del PP y su 'váyase' fue fina ¿eh?), sí le concedo que fue inusitadamente dura para lo que se estilaba entonces. La cuestión en cambio, era otra en mi artículo. No me refería yo a quién insultó más a Suárez (tampoco estuvo mal su 'amigo' Calvo Sotelo cuando dijo de él que tenía 'complejo de estudiante mediano'), sino quién impidió que la UCD desarrollase las políticas pactadas en Moncloa que para mí -lo he escrito hace años en trabajos profesionales, no ahora ni camuflado pues desde luego soy socialista- son el programa subyacente de la transición y de las que al final hubo de encargarse el PSOE.

Sostuve y sostengo que fue la derecha social, económica y política la responsable. Ponía como ejemplos la actitud de la Iglesia en la cuestión educativa o en el divorcio, la del Ejército en las autonomías o la de AP contra la Constitución (que en Aznar consta escrita). Y singularizaba en la de la derecha económica subrayando el papel que jugaron la banca respecto a la reconversión industrial, las eléctricas frente al problema energético o la CEOE forzando la dimisión de Fuentes Quintana, enfrentándose a la reforma fiscal, tildando de socialdemócrata la política ucedista e incluso demandando el voto para Fraga y en contra de Suárez hasta 1982. En palabras de un centrista e historiador, Javier Tusell, 'los dirigentes de la patronal hicieron una propaganda antigubernamental que hubiera sido imprudente incluso con Trotsky en el poder'. Y mi hipótesis consecuente es que esa derecha social y económica nunca vio en la UCD al partido que pudiera defender sus intereses y reclamaron una más nítida opción conservadora, lo cual generó la deriva derechista de UCD desde 1979 y alimentó las disputas internas que fueron en gran medida las responsables del fracaso electoral.

Dos cuestiones distintas. De un lado, la frustración parcial de un proyecto, atribuible a quienes lo impidieron y vinculado a la crisis de representación política de la derecha. De otro, el posterior fracaso electoral donde juegan factores diversos como la desunión interna y, claro, el papel de la oposición, del cual admito (a mí no se me caen los anillos por criticar a mi partido) tuvo perfiles apocalítpticos. En el PSOE no teníamos las cosas claras. No faltaba quien propugnaba gobiernos de coalición con UCD ni quienes abogaban por un frente de izquierdas. Pero la crisis de UCD fue tan patente que se impusieron quienes pensaban llegado el momento de encabezar en solitario un gran 'bloque social de progreso'. Y se impusieron no tanto por méritos propios -aún contando con el equívoco atractivo de Felipe González- cuanto por el impacto emocional del 23-F. ¿Qué fue más determinante en la caída de Suárez, las zancadillas internas, la falta de apoyo por parte de los poderes económico-sociales o la labor de la oposición? Bueno, pues tal vez la segunda crisis del petróleo que desde el 79 visualizó los problemas de adaptación de un capitalismo surcado de monopolios y protecciones a un mercado más amplio. O seguramente, todo a la vez... pero como tema central subsiste la desconexión de la derecha económica y social con un proyecto reformista que no hegemonizaba y que pese a haber nacido del propio Estado franquista, o quizás por eso, gozaba de gran autonomía.

Enlaza ello con la pretendida continuidad de aquel centrismo en el actual PP. Porque es cierto que electoralmente sí ha acabado recogiendo su herencia e incluso acrecentándola al socaire del cambio social generado desde la segunda mitad de los 80: crecimiento de clases medias con su fatiga fiscal y proclividad al individualismo, descrédito del modelo solidario del socialismo español, crisis del PSOE, etc. Pero ahí acaba la herencia. Desde luego, ningún dirigente ucedista figura en el núcleo decisorio del PP y en cuanto a las políticas seguidas, las diferencias son sustanciales. Donde había aumento del gasto social, existen hoy recortes del mismo; donde políticas fiscales redistributivas, hoy lo son regresivas; donde el Estado se reservaba un papel central, hoy se limita su importancia y tamaño. Es lícito, claro, pero diferente de aquel proyecto.

Cierto que cuando en el verano de 1998 se inventó aquello del 'centro reformista' tampoco se definió por su ideología, sino como dijo el entonces teórico de Presidencia Eugenio Nasarre, por su método que concretó como el de 'las reformas compartidas'. Cuestión de talante, vamos, pese a que el proceso actual de reformas (en universidades, enseñanzas medias o protección al desempleo por caso) no parezca un ejemplo de diálogo. Pero así debe ser porque según Font de Mora el PP se caracteriza por su 'tolerancia y consenso', aunque a veces puedan verse tales virtudes empañadas por 'maximalistas'. Pero yo que no soy tal y que en mi actividad política pasé por persona razonable y dialogante, tampoco acabo de ver tanta tolerancia y consenso. Debe ser porque soy a la vez corrupto socialista, progre trasnochado y quizás antiespañol. Me merezco pues, la ceguera. Así castigan los dioses.

Joaquín Azagra es profesor de Historia Económica de la Universidad de Valencia.

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