_
_
_
_
Crónica:Verbo sur | NOTICIAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Toda razón dispersa

ESTUVO NO HACE MUCHO en una universidad californiana leyendo sus poemas. Para quienes tuvieron la suerte de escucharlo, aquella lectura bien pudo ser un acontecimiento irrepetible. La desgracia de ser conocido todavía no se abate sobre él. Y quizá quedará a salvo: ha cumplido sesenta años. Vive como un asilado sin pompa en un lugar muy frío: Canadá. Con todo, Alfonso Quijada Urías (1940) -o Kijadurías, como firma- goza de un don escaso y apetecido: un pequeño círculo de lectores que siempre recibe su obra con admiración. Es, en el sentido estricto de la palabra, un 'poeta de culto', muy respetado en su país -un país, por cierto, desdeñoso con sus poetas, 'una república enferma, mísera, mudable', agregaré, remedando a Cicerón-, pero para el resto del mundo, esa voz extraordinaria donde se dan cita la realidad, el sueño y la profecía, acaso ni existe.

A propósito de la obra del poeta salvadoreño Alfonso Quijada Urías

Sobre la poesía centroamericana prevalecen estereotipos. Se piensa casi siempre en versos vehementes interrumpidos a trechos por silbidos de balas. Es cierto: hubo, y hay, demasiados poderes opresivos. La poesía 'comprometida', a la postre, llegó a convertirse en uno de ellos. Quijada logró zafarse bastante pronto de aquella llave.

Anduvo errante entre México, La Habana, Managua, y desde hace años vive en Vancouver, de donde viaja, como invisible, a su país, El Salvador. 'Regresas, excepto la maldad todo ha cambiado...', escribe. Ha publicado algunas colecciones de poesía: Estados sobrenaturales (1971), una gema negra, con ecos de Michaux y otros alucinados. Más tarde: Es Cara Musa (1998), un libro escrito en suavidad de sombras de plomo, más arriesgado. Y ese mismo año, la antología personal Toda razón dispersa, donde reunió treinta y tantos años de trabajo. 'Cumplo la historia de un hombre alegre de su cara tristísima', anota en uno de sus primeros textos. El tiempo habría de dibujarlo en escorzo a su imagen y semejanza.

Este poeta abriga la certeza de que el universo está regido por leyes que obligan por igual al león y a la hormiga, y por ello mismo también bajó hasta los infiernos de la guerra. 'He aquí la cólera con su cola de navaja / el árbol de la sangre talado frente al muro / ...Aquello que se escucha en toda la distancia / es el golpe del golpe / del hombre contra el hombre', dirá entonces.

Aunque tiene cartas para hacerlo -y si consigue un editor intrépido, su foto se vendería como la de un asceta- tampoco juega al iluminado. No es una mano invisible la que le dicta sus versos: 'Escribo al dictado lo que dice el moscardón. / Se corrompe la página con su rumor... /La historia ya no duerme, / habla en sueños', escribe en Obscuro. Con un poco más de ira, este poeta bien podría ser un retoño del inquietante árbol de William Blake.

Alfonso Quijada pertenece a una especie en camino de extinción. Es un aventurero de regiones interiores. No se da demasiada importancia personal. No participa en torneos de inteligencia. No roba foco. Ni pretende despejar dudas en sus interlocutores. Digamos que nunca intenta levitar en público. Sus poemas son el espejo de un sentimiento de admiración por el hecho mismo de la vida, y el terreno resbaladizo donde libra una batalla para desprenderse del ego que lo atenaza con una realidad que es apenas una descripción, una forma de lenguaje y de moral. Lo dice con un guiño epigramático: 'No envidio tus victorias / ni tu mercedes benz / ni tu cuenta bancaria envidio / Envidio sí la mosca / la mosca posada tontamente / en los labios de Cintia / tu mujer'.

Uno de los mayores cumplidos jamás hechos a un poeta proviene de Arnold Bennet. Está citado en un prólogo de Borges, y se refiere a Yeats: 'Es uno de los grandes poetas de nuestra era, porque media docena de lectores sabemos que lo es'. El juicio, en su precisión, es desmedido, para cualquiera. También esconde cierta jactancia. A riesgo de parecer excesivo, me atrevo a utilizarlo para hablar de este poeta que ha ayudado a preparar el espíritu de su comarca para saltar de una época de penumbra, castigada por la violencia y la estupidez, a otra de mayor originalidad y dignidad. Tal vez éste sea el destino que le está reservado y que él mismo ignora. O quizá sea sólo una ocurrencia atrevida: en verdad, nunca sabremos si ese tiempo vendrá. Pero si llega, Alfonso Quijada Urías tendrá entonces su inesperado y extraño momento de esplendor.

Miguel Huezo Mixco (El Salvador, 1954) ha publicado Comarcas (UTP, Panamá, 1999) y el volumen de ensayos La perversión de la cultura (Arcoiris, San Salvador, 1999).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_