Plaza
Todas las plazas tienen olor a espera. Eso escribió el poeta Javier Egea, porque recordaba su infancia en la Granada clerical de los años sesenta y porque pensaba que los lugares públicos son siempre una cita prolongada, la impuntualidad de un deseo que llamamos porvenir. Los sacerdotes estaban empeñados en que esperásemos la gloria eterna, pero sus ejercicios espirituales sólo consiguieron que esperásemos una gloria más humilde, el porvenir del presente, la libertad compartida en las plazas públicas. El Ayuntamiento de Granada ha dedicado una plaza a la memoria del poeta Javier Egea, y yo voy de vez en cuando a sentarme en un banco, y le hago chistes, y le digo que a lo mejor el regreso de la España clerical hace posible lo que no hemos conseguido desde la izquierda, y la gente le toma otra vez manía al más allá, y se aficiona al presente, al beso que se da una pareja de novios, a los niños que juegan a la pelota, a los viejos que discuten de política en una esquina. El presente suele ser la versión más utópica del futuro. Como en su plaza, en los libros del poeta Javier Egea hay presente, y amor, y árboles, y niños, y madres, y política. El Ayuntamiento acertó al dedicarle una plaza, porque sus versos tienen mucho más de plaza que de calle. Los portales de una calle son cuarteles de invierno, y los bancos de una plaza tienen olor a espera, a jazmín de verano.
El día 20 de junio, al caer de la tarde, bajaré a su plaza para contarle cómo ha ido lo de la huelga general. La plaza del poeta Javier Egea es conocida todavía como la plaza Rober, porque en ella estaban las cocheras de los autobuses Rober, el transporte público de Granada. Aunque la vida no es una broma, puede tener efectos de juego de azar. Hace ya muchos años, con motivo de una protesta sindical histórica, Javier y yo llegamos a la conclusión de que para participar en una huelga no bastaba con faltar al trabajo. Había que formar parte de algún piquete. Las huelgas generales no juegan con la libertad abstracta, sino con el poder real. La autoridad de los gobiernos y los empresarios que pueden dejarte sin trabajo, y la autoridad de los sindicatos que deciden parar las empresas. El poder del piquete es la respuesta al poder del dinero. No huele lo mismo la libertad colectiva de las plazas públicas que la libertad abstracta de los cajeros automáticos. Está bien que a las plazas le pongan nombres de poetas, y estaría bien que los cajeros automáticos llevasen nombres de políticos neoliberales. Javier Egea quiso que fuéramos a las cocheras de la Rober para impedir la salida de los autobuses el día de la última huega general. Pero nos enteramos de que había que madrugar mucho, y decidimos formar parte del piquete que, a una hora más decente, iba a cerrar unos grandes almacenes. El pintor Juan Vida tenía entonces un estudio céntrico, y quedamos en la puerta de su casa para desayunar, discutir de pintura, de poesía, y cerrar los almacenes. La vida pasa. Tú, Javier, ya no estás aquí; yo no voy a formar parte de ningún piquete. Pero te juro que el día 20 de junio iré a tu plaza, a la plaza Rober, para contarte cómo ha ido la huelga. Nosotros hemos cambiado, pero nuestros enemigos siguen siendo los mismos.
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