Marco Antonio, en la Cámara
Hay tardes en que -las cosas como son- merece la pena acudir a la Asamblea. Por ejemplo, ayer. Y es que Ángel Pérez, portavoz de IU, dio una lección magistral de belleza oratoria en poco más de tres minutos. Hasta el presidente de la Cámara, el popular Jesús Pedroche, absorto, olvidó -tan riguroso él con los relojes- controlar el tiempo de su intervención. Y al jefe del Gobierno, Alberto Ruiz-Gallardón, no le dolieron prendas para reconocer 'lo brillante' de sus palabras.
Fue el hemiciclo, ayer, la escalinata del foro romano. Y allí trajo Pérez a Julio César. A Bruto. Y él, igual que Marco Antonio ante el cadáver ensangrentado de César, habló ante senatus populusquae romanus de los peligros del tiranicidio. Pero todos tranquilos, que la sangre no llegaría al río. Porque aunque Pérez comparó el peligroso amor por España del presidente José María Aznar con el de César por Roma, también advirtió de que no pedía para Ruiz-Gallardón el papel de Bruto: 'Pero sea presidente de esta Comunidad', le rogó. No porque amase menos a César, sino porque amaba a Roma más, se le olvidó añadir.
El portavoz de IU, que había preguntado por las medidas que iba a adoptar el Gobierno regional para garantizar el derecho a la huelga el próximo día 20, defendió el derecho a secundarla -'se puede ser un buen español haciendo huelga'- y pidió -imposible empeño- la comprensión y el apoyo de Ruiz-Gallardón. El presidente regional, hábil y cínico -en el sentido más noble de esa escuela- defendió la constitucionalidad de la huelga, dijo que había intentado pactar los servicios mínimos y terminó por decirle que se alegraba porque los argumentos del diputado de IU eran los mismos que utilizaba Aznar. Que ya es interpretar con liberalidad, dicho sea de paso.
Y, como las preguntas venían enlazadas, a Pérez y al socialista Pedro Sabando, que también le interpeló en torno al 20-J, vino a decirles la máxima de Antístenes, padre de los cínicos: 'Hay que acercarse a la política como al fuego, no demasiado para no quemarse ni apartarse mucho para no helarse'. O sea, que él, de Aznar, a la distancia justa.
Pero ayer la tarde era taurina. Por primera vez en los 18 años de historia de la Asamblea, los diputados se quedaban sin corrida de la Beneficencia. Y, a las siete en todos los relojes, los diputados lamentaban que en esta ocasión no pudieran, ay, ir a estrechar la mano a Su Majestad el Rey. Una pena. Sólo el presidente regional fue a la plaza a cumplir con sus obligaciones. Los demás deambulaban cariacontecidos por el bar y los pasillos. Qué dura es, a veces, la vida de los diputados.
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