Derrotas
En plena desazón por la derrota, un amigo argentino vio la luz: 'El único lado positivo de todo esto es que ya no queda nada con que engañarnos'. Para Argentina la derrota tiene la dimensión trágica de evidenciar que no hay escapatoria a la cruda realidad. 'No, ni siquiera en el fútbol somos los mejores', decía mi amigo. El espiral de la autocomplacencia ha quedado radicalmente interrumpido. Con lo cual se acabó el tiempo de las dilaciones: hay que afrontar la verdad efectiva de las cosas.
La desazón futbolística es un estado depresivo muy peculiar. Que resulta perfectamente ridículo si se toma una mínima distancia: ¿cómo puedo sentirme afectado por los fracasos de unos mercenarios que cobran salarios de escándalo? Pero que el aficionado no consigue evitar por más que intente racionalizarlo. La tristeza que surge de la derrota futbolística no conoce distinción de origen, clase, raza o creencia. Sí, de sexo. Siempre he pensado que una prueba más de la superioridad de las mujeres es que todavía son pocas las que se toman el fútbol a pecho.
De Argentina a Francia: la tristeza persiste, pero el color de la derrota no es el mismo. Sin duda, hay muchos argumentos futbolísticos que explican la eliminación de Francia: el envejecimiento del equipo, la falta de liderazgo en el vestuario, el carácter endeble del entrenador, el estado físico de algunos jugadores y la suerte, un factor imprescindible para ser campeón. La suerte es estadística y Francia había ya agotado sus posibilidades en campeonatos anteriores. Pero el fútbol es muy permeable a la sociedad. Y a menudo suelta signos, destellos, de ella.
Hace cuatro años, la victoria de Francia en el Mundial fue presentada como una cierta refundación de la República. Una vez más, los desarraigados se juntaban bajo la bandera tricolor. Era la Francia pluricultural.
Cuatro años después, esta misma Francia, mordida por la indiferencia y el miedo, es derrotada por un grupo de apuestos jóvenes, rubios y blancos del Norte de Europa. El fútbol nos sirve como realidad la fantasía de los que sueñan con una Europa cerrada sobre sí misma, exhibiendo su arrogancia de viejo rico parapetado detrás de la muralla. La derrota de Francia es una alegría para xenófobos, lepenistas y vecinos con complejo de inferioridad. Pero es una pena para los que pensamos que el futuro no puede ser tan siniestro. Son tiempos de regresión, de lepenización de los espíritus y de las políticas. La derrota de Francia es una señal del peligro que viene.
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