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20-J: la huelga de los dignos

Es ya un sobado tópico la afirmación de que el sindicalismo confederal sólo defiende a la categoría de los trabajadores instalados. Por mucho que se razone en contra, el mensaje sigue recorriendo los territorios mediáticos más diversos con las más diversas plumas que, aunque quincalla ideológica -o precisamente por ello-, intentan concretar un ánimo injuriante contra las organizaciones sindicales.

Y es que los datos prueban justamente lo contrario, y para muestra un botón: el conflicto del próximo 20 de junio es precisamente un gran gesto solidario del conjunto asalariado, con más poder contractual, hacia los sujetos más débiles del universo del trabajo. En efecto, los menos protegidos son los destinatarios de un abusivo decreto ley promulgado por un Gobierno que se erige simultáneamente en juez, fiscal y jurado.

Se trata de un decreto abusivo promulgado por un Gobierno que se erige simultáneamente en juez, fiscal y jurado

Esta solidaridad pone en entredicho otra afirmación también un tanto gratuita, aquella que formulan ciertos analistas: cualquier solidaridad a la manera de antaño siempre es la mejor. Es una sociología de baratillo, a la que le cae la baba tras la lectura de los conflictos de un lejano ayer, pero que mira con suspicacia la confrontación de hogaño. Una situación que, por lo que sabemos, ocurre en cada época. A quienes así son, el gran Maimónides les dedicó su famosa Guía para perplejos.

La constatación cierta, por probada, puede convenirse en lo siguiente: las evidentes interferencias que el territorio posfordista genera en el ejercicio del hecho participativamente solidario son contestadas con el coraje moral del sindicalismo confederal, como lo prueba la convocatoria del 20 de junio. Tal contestación tiene una importancia de primer orden tanto para el carácter del sindicalismo como para la inmensa agrupación de agraviados por el decretazo: los más débiles y sus familias.

Así es que, mientras nos dedicamos a labores de fiel infantería en apoyo del 20-J, vamos dándole vueltas a la cabeza: ¿de qué modo el sindicalismo es un sujeto incluyente de los dos espacios sociales con menor representatividad y representación, cual son los sectores menos protegidos y aquellos segmentos de mayor especialización tecnológica? Porque se corre el riesgo de que la solidaridad esté siempre bajo las espaldas de ese colectivo intermedio, el que se encuentra entre los más bajos y los más altos del escalafón. Y mientras repartimos octavillas y enviamos e-mails de adhesión a la huelga general, nos estrujamos el cerebro: ¿qué hacer para que la solidaridad no sea solamente un coraje moral en las grandes solemnidades y forme parte de la cultura alternativa en este paradigma posfordista, lo cual tiene mucha miga? Porque el coraje moral es una condición casi suficiente, pero no lo es todo. En buena medida, transformarla en plenamente suficiente dependerá de que el sindicalismo avance en su proyecto de sujeto incluyente de todas aquellas categorías del escalafón de los asalariados, hoy receptoras de solidaridad.

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Maimónides era cordobés; también Séneca. Éste dejó di

cho: desde lejos no se pueden hacer determinados dictámenes. Es al sindicalismo confederal al que le compete seguir haciendo tan complicados juicios, aunque ahora el esfuerzo está en transformar la hipótesis del conflicto para convertirla en certeza.

Cuentan, además, con involuntarios ayudantes: los púlpitos gubernamentales, que nunca supieron que la división acorazada contra el 14 de diciembre de 1988 cada vez que hablaba hacía subir el precio del pan. Fue cuando el tiempo se paró 'para no infundir sospechas'. Era necesaria esta alusión a García Lorca; no sea cosa que se enfaden en la vega de Granada, con tanto cordobés por medio. También allí se hará la huelga de los dignos.

José Luis López Bulla es diputado en el Parlament por ICV. Carles Navales está afiliado al PSC y es director de La Factoría, revista de pensamiento social.

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