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LA COLUMNA
Columna
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Trabajadores y subsidiados

Josep Ramoneda

¿POR QUÉ SE HA METIDO Aznar en el berenjenal de la reforma de los subsidios de paro? ¿Por qué ha tomado una iniciativa que ataca al centro de gravedad de la política sindical? ¿No sabía que en este tema los sindicatos no pueden ceder porque les va su credibilidad y su razón de ser? ¿Es el primer gran error táctico de Aznar o es un eslabón necesario en su proyecto, el más radicalmente ideológico que la democracia española ha conocido? Hay interpretaciones para todos los gustos. Pero la reconocida constancia de Aznar en la persecución de sus objetivos de fondo hace que muchos piensen que el riesgo es buscado y calculado. A nadie le reprocharé nunca que gobierne aunque sea contra la opinión pública. Siempre es preferible un Gobierno con objetivos claros que un Gobierno bailando en la cresta de las encuestas de opinión. Por lo menos no hay engaños ni ambigüedades. Pero es sorprendente que Aznar, que puso tanto empeño en llevarse a los sindicatos al huerto en la primera legislatura, vaya ahora a por ellos. ¿Será que, desde Margaret Thatcher, todo líder de la derecha vive con la fantasía de acabar algún día con las organizaciones sindicales?

Y, sin embargo, Aznar está jugando con fuego. En un momento en que la opinión pública se siente perseguida por el fantasma de la inseguridad, el decretazo no hace más que añadir inseguridad a la inseguridad. Parece perfectamente coherente con la estrategia de un Gobierno que está jugando a alimentar el miedo, por ejemplo, asumiendo -como otros colegas europeos- la agenda de Le Pen y parte de sus propuestas. Pero las sobredosis son siempre peligrosas. También las de inseguridad. Y hay mucha gente que siente el decretazo como una amenaza: los inmigrantes vienen a quitarnos puestos de trabajo, y encima el Gobierno nos quita el paro. Este comentario lo he oído en boca de ciudadanos sin duda poco informados, porque tal alarmismo no se ajusta a la realidad del decreto. Pero Aznar sabe perfectamente que en la sociedad mediática todo se simplifica. Y la percepción que se tiene de las cosas acaba siendo tan importante como la realidad misma. El decretazo no suprime ningún subsidio, pero abre una puerta que hasta ahora estaba entornada: convierte un derecho subjetivo -fruto del esfuerzo del trabajador que ha cotizado toda su vida laboral- en un derecho objetivo, que además se presenta ante la opinión como una generosa dádiva del Estado.

Es precisamente este discurso perdonavidas, con el que el Gobierno pone música de acompañamiento a su reforma, lo que hace que no sea despreciable la hipótesis de quienes piensan que la operación está perfectamente calculada. Que Aznar inyecta más inseguridad en la escena porque sabe que el miedo mueve al ciudadano a buscar cobijo en el que gobierna. Pero sobre todo que Aznar busca un objetivo ideológico muy preciso: la división entre trabajadores y subsidiados, que algunos responsables políticos -el último que me ha hablado de ello es el alcalde de Úbeda- ven con suma preocupación. En el fondo es la continuación del proceso de americanización ideológica de España. Se trata de extender aquí una cultura que hace culpable al perdedor y tiende a aumentar la fosa no sólo económica, sino incluso moral, entre los que tienen y los que no tienen, entre los que pueden y los que no pueden. La vergonzosa machaconería con que se habla del fraude en el PER o en el subsidio de paro -en cualquier caso, muy menor que el fraude fiscal, por ejemplo- tiene un objetivo claro: provocar el rechazo del que cobra un subsidio. Por pura decencia, un Gobierno debería estar más preocupado del fraude de los que tienen que del fraude de los que no tienen. A veces se habla del PER como si sirviera para hacerse rico, cuando son, a lo sumo, 360.000 pesetas al año menos cotizaciones sociales. En algunos lugares, este mensaje de trabajadores contra subsidiados empieza a cundir. Con un grave peligro: la fractura social. Algo que la democracia española había evitado hasta el momento. Y que parecía ser uno de los empeños compartidos.

¿Error o cálculo? El plus ideológico que orienta el trabajo de Aznar es tan fuerte que puede perfectamente haber llegado el día en el que le haya hecho perder de vista la realidad. En cualquier caso, el cálculo, si cálculo hay, es que el decretazo puede cohesionar a los suyos en torno a su autoritaria manera de hacer -rentable en tiempos de miedos- y dejar a la izquierda inmovilista y retrógrada con sus subsidios y sus preocupaciones sociales. Un juego de alto riesgo, porque es una grave irresponsabilidad en un gobernante impulsar el desprecio a los sectores más desfavorecidos.

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