Los obispos vascos 1
Los obispos vascos publican una pastoral a todas luces pensada y repensada. En el mundo no nacionalista vasco, grosso modo, se les critica la oportunidad de su publicación (dicen que es una tapadera para una crítica a la ley de ilegalización de Batasuna, rebautizada como Ley de Partidos Políticos) y que aparezcan como obispos nacionalistas (¿Blázquez también?).
En el análisis interno del texto, junto a tímidos reconocimientos (su condena sin paliativos al terrorismo de ETA, su apoyo explícito a los concejales amenazados del PP y PSOE -'banco de prueba de la calidad de nuestra fe', nada menos dicen los obispos-), se pasa de puntillas su rechazo a equiparar nacionalismo con terrorismo, completamente de largo en la insistencia de la pastoral en la coexistencia de identidades nacionales diferentes en la sociedad vasca (punto de partida, a mi juicio, de una solución definitiva al contencioso vasco) y se cargan las tintas en una expresión, ciertamente indefendible a mi juicio, sobre la irrelevancia en las relaciones entre ETA y Batasuna. Para, a partir de ahí, multiplicar los despropósitos.
La prensa progubernamental y el PP sacan el hacha de guerra. EL PAÍS, firme en su línea editorial, no pierde ocasión para lanzar sus puyas al nacionalismo y a la Iglesia, sea o no vasca. La Conferencia Episcopal Española se desmarca de la vasca (llamada Iglesia particular, claro está) y al Gobierno de España, además de la arenga e insultos de su portavoz, no se le ocurre idea más feliz que llamar a consultas al mismo nuncio.
Hace mucho tiempo que me pregunto si son más los separatistas o los separadores; al mismo tiempo que, sostengo, tanto, si no más, están haciendo por la creación y consolidación de un nacionalismo etnicista vasco los nacionalistas españoles que los vascos.
A los que en Euskadi y desde siempre, al par que nos enfrentamos con ETA y su mundo, defendemos identidades plurales, soberanías compartidas, estados cosmopolitas, respeto a las diferencias, transversalidades, etcétera, se nos está quedando ya la cara de tonto. ¡Dios, qué país!
