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Columna
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Las tres 'c'

No recuerdo qué filósofo dijo que el buen entrenador es aquél que convence a sus jugadores de que practiquen este deporte aplicando las tres c: cerebro, corazón y cojones.

Puede parecer una solución digna de un mentecato, pero, viendo la empanada táctica de algunos equipos y escuchando la logorrea estratégica de ciertos técnicos, acabas sospechando que, pese a una denominación sexista y políticamente incorrecta, las tres c siguen estando vigentes.

Incluso puede que un equipo triunfe aplicando sólo las dos primeras, que son las que de verdad importan. El cerebro y el corazón parecen dos aliados imbatibles mientras que los cojones acaban siendo un mal menor únicamente en caso de que alguno de los dos primeros falle, ya sea por falta de riego sanguíneo o por maldad congénita. En España, en cambio, se suele apelar a la tercera c con una envidiable ligereza. Será que tenemos excedentes.

De lo observado hasta ahora en el Mundial, que ayer vio debutar a una parte desconocida del planeta en la que, a partir de ya, se cocerán las nutritivas habas de la publicidad -China, Japón y Corea del Sur-, sólo se salva el talento individual y el factor imprevisible.

Todos los equipos corren que se las pelan y suplen sus carencias con mucho gilitoque destinado a mantener la estadística de la posesión de balón. Queda lejos el fútbol-samba que convirtió a la selección brasileña en México 70 en una apisonadora de fuerza y creatividad. O aquella Holanda que se permitió el lujo de perder en Alemania 74 practicando un fútbol total que consistía en estar en todas partes al mismo tiempo, una relectura melenuda y pop de un prototipo casi perfecto fabricado en Hungría por disidentes fútbolcheviques.

Ahora, en cambio, se practica un fútbol más totalitario que total. La ley todopoderosa es un esquema táctico que se repite con leves diferencias basadas, en general, en la indisciplina de algún chiflado que, por su cuenta y riesgo, decide jugar para impresionar a su novia y se marca una jugada atrevida que los buenos aficionados agradecen y que los buitres de la mercadotecnia explotan con la intención de vender camisetas, televisores, relojes, preservativos o cuchillas para afeitarse la cabeza.

Así las cosas, cuando una selección a la que no conocemos sale al campo buscamos algún elemento de identificación que nos permita amarla u odiarla en función de valores que, a veces, nada tienen que ver con el juego.

Daniel Cohn-Bendit, por ejemplo, que es a la política lo que Eric Cantona al fútbol, o sea un gamberro, dijo hace unos años que la final futuristo-sentimental con la que soñaba era Nigeria-Suráfrica. No es el único.

¿Demagogia? ¿Paternalismo progre? Yo diría más bien una treta mental para soportar el aburrimiento que produce ver según qué espectáculos en los que, de las tres c, sólo se respeta una: la más previsible.

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