Dos días de junio
Sevilla vive días de vallas. Faltan 17 para la celebración de la Cumbre europea y la puesta a punto de la seguridad trastoca el tráfico y alimenta los miedos de los más temerosos. El miedo a la libertad es libre, incluido el inducido, como en este caso. Dicen desde el Gobierno que el día 20, con la huelga general, puede haber grandes males para Sevilla. ¡Con lo bien que podía haber ido todo y los grandes beneficios que le hubiera reportado a la ciudad la celebración de la cumbre del Consejo Europeo en suelo hispalense..!
Lo cierto es que ni una cosa ni la otra van a misa. Ni los manifestantes contra la reforma-recorte del Gobierno, ni los antiglobalización de las desigualdades, ni la cumbre de los líderes europeos tiene por qué dejar en la ciudad la más mínima huella de bienes o males. Si acaso, eso sí, el recuerdo del ejercicio en libertad de los derechos de todos, y de la cita de todos en Sevilla, con lo cual la ciudad ni gana ni pierde, pero nos quedará el recuerdo de dos días intensos de junio. Por lo demás, los líderes europeos -nunca tantos fueron tan poco interesantes- se reunirán, hablarán de sus obsesiones sobre la inmigración y el terrorismo, no arreglarán lo de la pesca, se enredarán con la cuestión de acabar, o no, con las presidencias semestrales rotatorias y la conveniencia de elegir un presidente del Consejo Europeo, o no, y se irán por donde vengan, sin más trascendencia. A líderes poco interesantes y en exceso nacionalistas, Consejo poco interesante y nada europeísta.
Dice el Gobierno que los sindicalistas y los antiglobalización le van a hacer mucho daño a la cumbre; si tenemos en cuenta que la de Barcelona, según las encuestas, no le importó nada al 74% de la población, el Gobierno tendrá que agradecer a los huelguistas el haber dado, con su decisión de concentrarse en Sevilla, tanta importancia a la última cumbre de Aznar como presidente de turno de la UE. Cuando todos se vayan, lo que sí quedará serán las consecuencias de la primera y muy seria protesta contra el Gobierno.
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