Un acto de afirmación
Por una vez, la selección respondió como debía y exigía además el cartel. Históricamente ha protagonizado tantos gatillazos en sus estrenos que su triunfo tiene más valor anímico que futbolístico. A los jugadores le permitirá sacudirse la tensión que les comía en cada arranque e hipotecaba la competición; le irá bien también al entrenador como sedante y como estímulo para trabajar mejor tácticamente al equipo; y ayudará a la hinchada a coger la onda de un torneo que parecía quedarle muy lejano.
La victoria fue sobre todo un acto de afirmación necesario en una selección que tiende al desánimo y a la diseminación y desatiende los compromisos. Las distintas ediciones del Mundial están salpicadas de inauguraciones sangrantes para un equipo que se complicaba la vida con cualquier tontería o error de bulto. Frente a Eslovenia, España puso en el marcador la diferencia que hay más o menos entre una selección y otra después de un partido en que todas aquellos aspectos que le rodean, como el arbitraje por ejemplo, jugaron a su favor. Hubo cosas interesantes. Los goles, sin ir más lejos, por ser tres y bonitos, y porque refrendaron el poder ofensivo español. Hay delanteros de varios colores y futbolistas de ataque poderosos, empezando por Valerón y acabando por Raúl, muy enchufado, pasando por Diego Tristán o Morientes.
Los problemas no se perciben en el campo ajeno sino en el propio. El partido dejó unas cuantas imágenes preocupantes. Ni poniendo a Nadal encima de Hierro, los zagueros consiguen cabecear la pelota en la defensa de los córners y las jugadas de estrategia sino que se aflojan y van al bulto, para después enfrentar a los delanteros de forma atropellada y no escalonada. No es sólo una cuestión de organización sino también de selección de jugadores, y ahí la lista de Camacho presenta deficiencias.
Más fácil de solucionar debería ser el nudo del centro del campo, aun cuando la aparición de De Pedro permitió reencontrarse con un interior zurdo de gran pegada, toda una suerte para una selección que anda escasa de futbolistas de un perfil tan marcado. Ocurre, sin embargo, que Luis Enrique no es un volante sino un media punta, una diferencia sustancial porque en un sitio complica la vida al rival y en el otro a su propio equipo; que Baraja necesita jugar en campo ajeno y no guardar el suyo como si fuera un medio centro; y que Valerón gusta de aproximarse al punta y no a los centrocampistas.
Las correcciones de Camacho y la entrada de Helguera ayudaron a corregir las disfunciones y a que los jugadores cogieran mejor el sitio. Pero al equipo le siguió faltando juego por las bandas y capacidad para asociarse y combinar en la divisoria. Para encuentros más exigentes, cuando se necesite toque y velocidad, la selección deberá aprender a tener la pelota y a organizarse mejor. De momento, en cualquier caso, su victoria de ayer le revitaliza y le anima a superarse desde una posición ganadora, cosa que no ocurría en 52 años.
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